¡Llegó el infierno a tierras santas! ¿Y ahora qué?

La guerra en Oriente Medio ha subido dos peldaños más en la escalera del horror. Israel bombardeó una discreta estación nuclear en Teherán, capital de Irán, y la respuesta no tardó en llegar: el puerto de Haifa, símbolo del poderío israelí, ahora arde bajo el fuego cruzado.
Haifa, recordado por episodios dolorosos durante la Segunda Guerra Mundial, revive sus peores pesadillas. Para las grandes potencias, ya no hay territorios sagrados ni lugares seguros bajo el sol. En este ajedrez de sangre y fuego, el contraespionaje lo es todo: cada bando sabe exactamente dónde golpear.
Aunque aún se requiere confirmación oficial, se rumorea que la inteligencia iraní fue infiltrada —¿por la CIA, el Mossad o ambos?— mientras que en Israel, filtraciones internas habrían llegado a manos palestinas, y de allí a Teherán. El tablero está minado.
Tras este intercambio de golpes entre Israel e Irán, la gran pregunta es: ¿se ampliará el conflicto? ¿Nos encaminamos hacia una guerra regional a gran escala?
No sería extraño que Estados Unidos, pragmático y cauteloso, opte por observar desde la barrera, dejando que sus enemigos se desgasten. Y si la ocasión lo amerita, entrar en escena como un Chapulín Colorado con botas militares.
En su momento, Donald Trump creyó que su llegada a la Casa Blanca bastaba para que su palabra fuese ley en el mundo. Pero los tiempos han cambiado.
La rebeldía ya brota dentro de casa: en Los Ángeles, California, el gobernador demócrata ha desafiado al gobierno federal, descalificándolo por enviar a la Guardia Nacional sin su consentimiento.
Y mientras Europa y Oriente Medio arden, muchos líderes del mundo han llegado a la conclusión de que esperar instrucciones de Washington es perder el tiempo. Prefieren actuar por su cuenta.
Sin embargo, que nadie se equivoque: lo que pase en Ucrania y en Oriente Medio nos afectará a todos. Porque, en este mundo globalizado, las bombas no tienen fronteras.