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Hoyos, recuerdos y nostalgia

 

 

 Por Dr. Bienvenido Segura

Santiago Rodríguez, R. D.

Las polvorientas calles perdieron su virginidad con el asfalto que años atrás cubrió las profundidades del histórico abandono alimentado con displicencia.

Eran aquellos tiempos cuando predominaba la ruralidad y la gente caminaba de un lugar a otro mudando pasos sin que el cansancio asomara.

El siglo XX llegaba casi a su fin y en las aceras y empalizadas aún se agolpaban las patas de los animales frente a negocios e instituciones de servicio.

Esa era la cotidianidad que se palpaba día tras día cuando las árganas, cerones y macutos servían de reservorio a las mercancías que se compraban y se vendían.   

Los primeros 20 años de este siglo terminaron con la agonía de los tacos y los tacones que se quebraban al pisar el inhóspito y maltratado suelo que yacía bajo las laceradas capas asfálticas. 

Fue en ese tiempo que las calles se tornaron negras y hermosas mostrando sus caderas pintadas de blanco y amarillo para que los transeúntes se guiaran.

En esa “era” la vida de la ciudadanía mejoro grandemente, lo que le permitió a muchos tener acceso a medios de transporte para su desplazamiento a lugares de trabajo y de esparcimiento.

Pero “la cosa cambió” y el deterioro se aposentó en cada rincón. El desprendimiento de la “talvia” se ha hecho cruel y un cráter se replica metro a metro ante el matiz del olvido y el desdén.

Aceras leprosas se arrugan y se despedazan, mientras una gran cantidad de contenes se desvanecen repletos de desechos, aguas negras y lama verde, desde donde se desprende un hedor que retumba y golpea acremente la nariz colectiva.

Muertes y discapacidades se suceden una y otra vez como consecuencia de traumas y heridas generados por la imprudencia que se accidenta en vías descascaradas por la ineptitud y la indiferencia.

Casi un lustro después, el asfalto se ha ausentado sin tocar un solo centímetro de calle. Los hoyos se hacen cada día más grandes y evitarlos se convierte en una epopeya.

Ya pasaron cuatro pesadillas pero aún faltan más de tres y la esperanza del asfaltado se aleja. Los supuestos dolientes se han convertido en insensibles mientras la gente clama con verdes deseos en un desierto infértil.

Los hoyos duelen, pero duelen más, porque saben a olvido mezclado con  nostalgia y bonitos recuerdos de calles asfaltadas con caderas rayadas de blanco y amarillo.     

 

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