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Abril de 1965: Tras aparente imparcialidad, Washington apoyaba a militares “leales”

Por Claudia Fernández

Inmerso el gobierno de Estados Unidos en la disyuntiva de ordenar o no la intervención militar a República Dominicana para asegurar que los “comunistas” no tuvieran acceso al poder y ante las presiones de parte de los “militares leales” al régimen de facto presidido por Donald Reid Cabral, el encargado de la Embajada de Estados Unidos, William Connett advirtió a la Casa Blanca que si los leales no podían poner fin a la situación semi anárquica que prevalecía, tendría que reconsiderar su posición en cuanto a medidas militares norteamericanas.

William Connett

Añadía Connett en su escueto informe que de suceder esto, el personal de la Embajada “podría desear hacer algún tipo de uso de las unidades navales que ahora se encuentran en ruta hacia Santo Domingo”, las que habían sido despachadas el domingo 25 en la mañana a solicitud del director del Departamento de Estado para Asuntos del Caribe, Kennedy Crocket, quien tomó la decisión actuando en “base a una contingencia”, o lo que es lo mismo, “sin notificarlo al presidente, pero de acuerdo con los procedimientos establecidos”, según refiere el informe de Yates.

Este movimiento de las unidades navales obedecía al caso de que los ciudadanos norteamericanos tuvieran que ser evacuados, por lo que la acción sólo era por “precaución”, pues Connett aclaró en el transcurso de ese mismo día, que “los ciudadanos y la propiedad norteamericanos en Santo Domingo no han sido objeto de violencia por los rebeldes”, pero tanto Washington como la Embajada mantenían su preocupación de que la situación cambiara de un momento a otro.

“A las 10:32 hora de Washington, por iniciativa de Crocket, la Junta de Jefes de Estado Mayor envió un mensaje al comandante en jefe del Comando del Atlántico solicitando que un mínimo de barcos necesarios para evacuar hasta a mil 200 norteamericanos, navegara hasta las cercanías de Santo Domingo, y permaneciera fuera del alcance de la vista desde tierra firme hasta que se emitieran nuevas órdenes”.

El almirante H. Page Smith, jefe del Comando del Atlántico, había estado recibiendo informes acerca de la situación en República Dominicana desde el inicio de la revolución armada el sábado en la tarde, y ya conocía la solicitud del Departamento de Estado media hora antes que la Junta de Jefes de Estado Mayor enviara su mensaje oficial ese mismo día, ordenando al Grupo de Tarea 44.9, mejor conocido como el Grupo Alerta del Caribe, a que procediera desde su posición afuera de la isla de Vieques en Puerto Rico, “hacia el agitado país al Oeste”.

Casi dos mil efectivos pertrechados para evacuación

Este grupo de unidades navales, cuyo personal se rotaba cada tres meses, operaba todo el año en aguas del Caribe haciendo ejercicios y apoyando acciones de contingencia.

El contingente norteamericano que se encontraba en alta mar en abril de 1965, era el denominado Caribe 2-65 y estaba compuesto por seis unidades navales y la Sexta Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina (MEU), unidad que contaba con 131 oficiales y mil 571 soldados organizados en el Tercer Batallón de la Sexta Brigada de Infantería de Marina; de la Segunda División de Infantería de Marina, y estaba equipada con armas de pequeño calibre, helicópteros, tanques, vehículos de oruga con seis cañones sin retroceso de 106 mm., mejor conocidos como ONTOS, vehículos de oruga de desembarque y artillería.

 El informe indica que “aunque se requeriría solamente parte del Grupo de Tarea 44.9 para evacuar a los mil 200 norteamericanos, el Comando del Atlántico envió a todo el grupo de Alerta del Caribe en caso de que surgieran otras necesidades, incluyendo el uso de la fuerza militar. La prudencia obligaba a tomar tal decisión, dada la confusa pero alarmante información disponible al almirante”.

Ya en ruta hacia aguas dominicanas, tanto el comodoro James A. Dare, comandante del Grupo de Tarea 44.9 y el coronel George W. Daughtry, comandante de la Sexta Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina, formularon un plan de evacuación, y relata Yates que “ninguno de los dos quería una confrontación con los rebeldes, cuya composición y ubicación desconocían”.

En ese estado de cosas, ambos oficiales, para evitar un provocación innecesaria, decidieron que al recibo de la orden de evacuación, enviarían a la orilla a un elemento de control de infantes de Marina, desarmados y vestidos con el uniforme de fatiga, los que supervisarían el abordaje a los autobuses, barcos y helicópteros; como medida de precaución, una compañía armada con uniformes y chalecos antibalas se encontraría próxima a la costa, lista para ayudar al elemento de control, si éste encontraba resistencia de los rebeldes.

“Habiendo definido los detalles del plan, Daughtry emitió una orden preparatoria a los infantes de Marina sobre las posibles operaciones de evacuación en República Dominicana”.

El lunes temprano en la mañana, el Grupo de Tarea ya había llegado a la estación localizada a 30 millas fuera de las costas dominicanas, en donde, en otra medida adicional de precaución, el coronel Dare había colocado sus barcos para que, en caso de que se le ordenara, pudiera lanzar ataques aéreos u operaciones anfibias.

 

¡Increíble!

Falta de comunicación entorpece operación de EU

James A. Dare

“Inmediatamente surgió un problema. Ni el Grupo de Tarea 44.9 ni la Embajada de Estados Unidos en Santo Domingo tenían el equipo adecuado para comunicarse entre sí. La Infantería de Marina se ofreció a proporcionar a la Embajada el equipo de comunicaciones que tenía de repuesto, pero hasta que se pudiera realizar la transferencia, la comunicación entre ambos se hizo a través de los helicópteros de la Fuerza de Tarea y empleando los servicios de Fred Lann, funcionario de la Embajada, quien también era operador de radio aficionado”.

Esos fueron los primeros contactos entre la que se convertiría en fuerza interventora y la legación diplomática que la solicitó, y tal era la incomunicación que existía al principio del estallido armado, que sólo el radio de Lann, localizado en su residencia, pudo captar el del navío almirante, el Boxer.

Como intermediario, Lann transmitió los mensajes entre el Boxer y la Embajada, manteniéndose en contacto con ésta última por la vía telefónica y por radio transmisor-receptor portátil, “hasta que los movimientos de los rebeldes lo forzaron a llevar su radio al patio de la Embajada el miércoles 28, pero para sorpresa de todos, no tenía la suficiente potencia de alcance para que su transmisión  fuera recibida a bordo del Boxer, por lo tanto, Lann continuó transmitiendo los mensajes desde su casa durante otros cuatro días, tiempo en que los infantes de Marina se implicaron cada vez más en la crisis dominicana”, y fue la intervención.

Una serie de errores, cometidos unos tras otros, imposibilitaban realizar las acciones como se había planeado desde Washington y, a medida que el problema de la comunicación incrementaba las dificultades que la fuerza de tarea naval y la Embajada experimentaban tratando de coordinar los planes para la posible evacuación de ciudadanos norteamericanos, continuaba el derramamiento de sangre en la capital dominicana. Yates refleja la situación imperante de la siguiente manera:

“El lunes 26 de abril, la Fuerza Aérea Dominicana renovó sus ataques contra las posiciones rebeldes y Wessin se preparó para mover sus fuerzas desde San Isidro hasta la ciudad. El comandante del CEFA y el general de los Santos Céspedes le solicitaron a la Embajada tropas norteamericanas para que les ayudaran a controlar la insurrección, pero se les negó”.

Las autoridades diplomáticas advirtieron entonces al Departamento de Estado que existía “la seria amenaza de la toma del país por los comunistas, y que quedaba poco tiempo para actuar”, pero estaban de acuerdo con Washington en que la situación no exigía una intervención, debido, especialmente, a las adversas consecuencias que un movimiento así tendría en las relaciones de Estados Unidos con América Latina.

Estados Unidos propone reunión entre rebeldes y “leales”

Caamaño Deñó

Para derrotar completamente a los “comunistas”, la Embajada propuso que continuaran los esfuerzos diplomáticos para alentar a los líderes militares de ambos bandos a unirse en una junta que se comprometería a celebrar elecciones libres, y asumiendo que los rebeldes integrarían el grupo más reacio a aceptar esta solución, la Embajada pidió autorización para presentar esta proposición a “Molina y a los oficiales rebeldes en términos enfáticos, respaldados, en caso necesario, por una demostración de fuerza norteamericana”, pero les salió el tiro por la culata.

No obstante, el recrudecimiento de los ataques aéreos de los “leales” provocó que algunos oficiales constitucionalistas se acercaran a la Embajada norteamericana el lunes 26, solicitando una reunión con los oficiales de San Isidro.

Entre los asistentes a la sede diplomática estaban el presidente Molina Ureña, Francisco Alberto Caamaño Deñó, Luis Homero Lajara Burgos, Gerardo Marte y seis o siete oficiales más. En el transcurso del día, los agregados militares norteamericanos establecieron cuatro ceses al fuego, pero no lograron que se reunieran las partes.

“La reanudación de las negociaciones que se habían roto el domingo después del bombardeo al Palacio Nacional fracasó por una simple razón que seguiría repitiéndose en los días venideros: cualquiera de las partes que sentía tener ventaja militar mostraba poco interés en negociar con la otra parte”.

Los funcionarios diplomáticos, al sentirse incapaces de entablar negociaciones, “disimularon el problema y culparon a los rebeldes del impasse, acusándolos de usar los breves ceses de fuego únicamente con el propósito de reagruparse militarmente”, en tanto, a medida que fracasaba la oportunidad que presentaba cada cese al fuego, ganaba en intensidad la guerra civil, derramando gran cantidad de sangre dominicana.

La situación en las calles era cada vez más peligrosa y el personal de la Embajada advirtió a los ciudadanos norteamericanos que se aprestaran para la evacuación. De nuevo surgen contradicciones entre los funcionarios de Washington en torno a lo que se había de hacer, cuando Thomas Mann, en contraposición a Dean Rusk, ordenó a Connett comunicarse con los líderes de las dos partes de la guerra civil, con el objetivo de conseguir su cooperación para la inmediata evacuación de los ciudadanos norteamericanos y extranjeros.

Thomas Mann

El lunes en la tarde se produjo la reunión con los líderes rebeldes, y los agregados militares negociaban con oficiales de ambas partes. Al anochecer, ya todos sabían del plan de evacuación de la Embajada, y en breve, las personas que deseaban abandonar el país se reunirían en el hotel El Embajador, desde donde serían llevados en helicóptero a los buques norteamericanos, a los que se había dado permiso de entrada al puerto de Haina.

Connett recomienda a Washington que la evacuación se inicie al amanecer, pero el Departamento de Estado, “citando la oposición de la Junta de Jefes de Estado Mayor a una evacuación inmediata, sugirió que la operación no empezara hasta el mediodía”, enfatizando el debate y la diferencia de perspectivas entre los formuladores de decisiones en Washington y los funcionarios en el campo de los hechos.

“Para estar seguros, ambos grupos estaban extremadamente preocupados por la posibilidad de que los comunistas se tomaran a República Dominicana y ambos estaban renuentes a aprobar cualquier intervención militar abierta que pudiera hacer daño a las relaciones entre Estados Unidos y América Latina y lanzar a Estados Unidos en contra de lo que en muchas partes consideraban una revolución democrática”.

Mientras, las autoridades de la Embajada en Santo Domingo, a pocos pasos del tiroteo y repletos de información –algunas corroboradas, otras no– sobre las “atrocidades y maquinaciones izquierdistas”, percibían la situación en términos mucho más alarmantes que sus contrapartes del Departamento de Estado, la Junta de Jefes de Estado Mayor y la Casa Blanca, todos ellos lejos del caos y la acción.

“Washington se mostró relativamente más sereno queriendo comprar tiempo con el fin de reunir mayor evidencia y dar a las fuerzas “leales” la oportunidad de forzar las negociaciones sobre el cese del fuego y establecer un gobierno militar temporal o derrocar al movimiento rebelde y establecer una junta compuesta exclusivamente por leales”.

En vísperas de su regreso al país, el embajador Bennett se reunió con el Presidente Johnson, y éste le reiteró la inaceptabilidad de otro régimen comunista en el Caribe, ordenándole promover el cese del fuego y hacer negociaciones con el fin de impedir la formación de otra Cuba”.

Se inicia evacuación de norteamericanos

La evacuación empezó el martes 27. La Junta de Jefes de Estado Mayor le indicó al comandante en jefe del Comando del Atlántico que ordenara a los barcos del Grupo de Tarea 44.9 que se dirigieran a Haina, la orden se transmitió a través de la cadena de mando, y dos buques asignados por Dare, llegaron al muelle poco después del mediodía, cuando ya una caravana de autobuses había empezado a transportar a los extranjeros hasta el puerto, en donde el elemento de control de la Infantería de Marina de Estados Unidos supervisaba la operación.

Ya temprano en la tarde, más de mil extranjeros iban rumbo a San Juan, Puerto Rico, efectuándose la operación sin dificultad; ninguna de las partes en conflicto interfirió y de los norteamericanos que llegaron a Haina, ninguno había sufrido lesiones físicas.

Es en esta situación cuando el embajador Bennett regresa al país por el aeropuerto de Santo Domingo, en donde fue recibido por el comandante Daughtry y transportado de inmediato en helicóptero a bordo del Boxer, para sostener una breve reunión con el coronel Dare, se las ingenió para llegar a la Embajada a través de la ruta de Haina, por la que habían llegado los evacuados, y al llegar a la sede diplomática, recibió los informes del personal, que le indicaron la inminencia de una solución militar a la crisis.

Rebeldes tratan de negociar

General Salvador Augusto Montás Guerrero

“El Batallón Mella en San Cristóbal, renuente a aceptar el regreso de Bosch, había desviado su apoyo a los leales y bajo el mando del general Salvador Augusto Montás Guerrero, avanzaba hacia Santo Domingo desde el Oeste. Mientras tanto, al fuego y bombardeo naval de las posiciones rebeldes en la capital, le siguió el ataque largamente esperado de los tanques de Wessin, vehículos blindados para el transporte de personal y soldados de Infantería de San Isidro”.

Moviéndose bajo un fuego nutrido a través del puente Duarte, las unidades del CEFA atacaron al enemigo en lo que se denominó “la batalla más sangrienta en la historia dominicana”, una acción en la que cientos cayeron sin vida y heridos, avanzando las tropas de Wessin varias cuadras dentro de la ciudad; al respecto, Yates menciona que “la resistencia rebelde parecía estar al borde del colapso, un panorama nada desagradable para las autoridades de la Embajada, que probablemente habrían aprobado el plan de los leales”, aunque hubiera un gran derramamiento de sangre, como indicara Connett al Departamento de Estado, pero todo era en pro de la “democracia”.

La presión militar de los “leales” hizo que varios oficiales rebeldes visitaran de nuevo la Embajada norteamericana en tres ocasiones el martes 27 para solicitar, tal como habían hecho el lunes, “ayuda norteamericana para entablar conversaciones respecto al cese de fuego”.

En la primera visita, se indica en el documento, los agregados militares de la Embajada se comunicaron por radio con los “leales”, e informaron a cada lado la posición del otro pero “cuando hubo un estancamiento sobre el lugar en donde se llevarían a cabo las conversaciones propuestas, los agregados se rehusaron a efectuar un arreglo”.

Cuando los rebeldes, a cuyo mando se encontraba Caamaño Deñó, regresaron en la tarde del martes, el embajador Bennett se reunió con los oficiales, y les dijo directamente que “ellos eran responsables de la masacre sin sentido que se estaba llevando a cabo y la extrema izquierda era la que se estaba beneficiando por completo de la situación”.

Bennett, siempre según refiere Yates en el informe oficial, reiteró a los oficiales rebeldes que Washington prefería un cese de fuego y la formación de un gobierno efectivo e indicó que él estaba hablando a ambas partes “en los mismos términos con el objeto de alcanzar esas metas”, y concluyó citando “la clara ventaja militar de los leales, recomendando a los rebeldes que se rindieran y lo anunciaran para que el trabajo de reconstrucción pudiera empezar. Por lo menos uno de los oficiales pareció abierto a su petición”, pero no ofrece el nombre de éste.

La tercera visita se produjo a media tarde, y después de ésta, Molina Ureña aceptó ir a la Embajada y conferenciar con Bennett en persona, y, de acuerdo al parecer del informe, “los constitucionlistas estaban claramente desesperados por negociar un acuerdo”, mientras el embajador informaba a Washington de las conversaciones, de las hazañas de Wessin” y la convicción de la Embajada de que los comunistas estaban dirigiendo las acciones de los rebeldes.

La información enviada a Washington también daba cuenta de que se le había notificado al Boxer y a otro buque ponerse al alcance de la vista con el fin de evidenciar “la presencia norteamericana para que permitiéndole al pueblo ver que los barcos no estaban participando en las hostilidades, se acabaran los rumores de que la Marina de Estados Unidos estaba apoyando a los leales”, mientras mantenían el apoyo soterrado. La demostración de fuerza ofrecida por los militares norteamericanos será el tema a tratar en el siguiente capítulo.

 

 El Siglo: Jueves, 24 de abril de 1997

RELÁMPAGO INFORMATIVO: Jueves, 9 de mayo 2019

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