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La orden fue: Intervención para salvar vidas norteamericanas y de otras naciones

Por Claudia Fernández

La orden de la Junta de Jefes de Estado Mayor de Estados Unidos a los comandantes militares en República Dominicana fue tajante en relación a las respuestas que deberían dar con respecto a la misión a cumplir por la 82ª División Aerotransportada.

“Los comandantes militares deben responder a las preguntas de la prensa relativas al despliegue de las tropas aerotransportadas diciendo que ellas deben reforzar a los infantes de Marina con el propósito de proteger las vidas de los norteamericanos y otros extranjeros. No se debe dar otra respuesta ni hacer conjeturas”.

Estas instrucciones llegaron después que el comandante Dare divulgara la misión anticomunista de las tropas estadounidenses. Este comandante fue la excepción a la regla, ya que los demás jefes militares se vieron en la difícil posición de tener que desviar a la prensa de lo que sabían era el verdadero objetivo de la llegada de la 82ª división.

“La mala relación entre los pronunciamientos políticos y los despliegues militares produjo confusión sobre las intenciones estadounidenses y marcó el comienzo de la confrontación de las fuerzas militares con los que hasta entonces habían sido medios noticiosos amigos”, expresa Yates en el informe, en el capítulo referente a la Operación Estabilidad.

William Tapley Bennett

No obstante, el Departamento de Estado le solicitó al embajador Bennett que la Junta le diera atención urgente al desarrollo de planes operacionales, con la discreta asistencia de unos pocos oficiales norteamericanos para sofocar sistemática y deliberadamente la resistencia en las partes de la ciudad que todavía estaban en manos de insurgentes.

Sin embargo, la tarde siguiente, después que el Consejo de Seguridad de la OEA había solicitado una tregua entre las partes en conflicto, el Departamento de Estado ordenó a Bennett disminuir la participación norteamericana “en las conversaciones en San Isidro respecto a una acción militar inmediata”.

Esta posición de Washington no prohibía a los oficiales norteamericanos asistir a los leales en la preparación de planes de contingencia de operaciones futuras.

La situación se presentaba clara para el diplomático y los militares encargados de la campaña, pues entendían que la posibilidad de una solución militar a la crisis en términos ya de apoyo estadounidense a una ofensiva de los leales o de un ataque directo de Estados Unidos contra los rebeldes.

Yates aclara en los Documentos de Leavenworth que “tenían muy pocas dudas de que la decisión presidencial de intervenir con fuerzas abrumadoras no tenía el impacto psicológico necesario para detener el combate y forzar las negociaciones, las unidades de la Marina de Estados Unidos serían desplegadas con fines militares contra los rebeldes”.

 

Discuten entrada en acción tropas Estados Unidos

A esta posición se adhería el general York, quien no veía otra alternativa porque a su llegada a San Isidro, había evaluado la situación, cuya realidad contradecía algunas de las informaciones que había recibido estando en el Fuerte Bragg.

Con la excepción de unos pocos puntos de resistencia de los militares leales, los constitucionalistas controlaban la mayor parte de la ciudad capital, “y no como a él se le había informado, de que solamente el sector de Ciudad Nueva estaba en manos de los constitucionalistas, aunque allí estaba concentrada la mayoría de los rebeldes porque constituía el centro económico de Santo Domingo”, refiere el informe.

Sin embargo, la mayoría de los informes que York recibió y vio por sus propios ojos era obvio: las fuerzas de la Junta Militar estaban desmoralizadas, plagadas de desertores, hambrientas e incapaces de efectuar un combate inmediato. “Si se deseaba despejar de rebeldes a Santo Domingo y restablecer el orden, estas tareas tendrían que ser realizadas por tropas norteamericanas”.

El vicealmirante Masterson también se adhirió a la posición de York, y fue más lejos, ya que establecía que las tropas norteamericanas debían moverse a las áreas que bordeaban los puntos de resistencia de los rebeldes en Ciudad Nueva. En este sentido, Yates dice que “aunque el general y el almirante no se habían comunicado antes de la llegada de York a San Isidro, sus planes eran virtualmente idénticos, mientras los infantes de Marina expandían el área que ocupaban en la zona de seguridad internacional, los paracaidistas protegerían su cabeza de puente aéreo, se moverían al río Ozama y relevarían a las fuerzas de la Junta Militar a ambos lados del puente Duarte”.

Agrega que de ejecutarse estas operaciones exitosamente, los norteamericanos protegerían la orilla oriental del Ozama y la Junta Militar en San Isidro contra un ataque rebelde, y se pondría a la Tercera Brigada en la posición correcta para entrar a Santo Domingo en caso de ser necesario.

El plan de Masterson tenía un elemento adicional. “Las fuerzas leales, una vez relevadas, patrullarían el área comprendida entre los infantes de Marina y los paracaidistas, es decir, entre la cabeza del puente Duarte y la Embajada de Estados Unidos, para cuando Masterson y York se reunieron a bordo del Boxer al amanecer del 30 de abril, el comandante de la Junta de Jefes de Estado Mayor le dijo al general que consideraba el patrullaje de los leales como una ayuda temporal hasta que llegaran suficientes refuerzos norteamericanos para completar el envolvimiento de los rebeldes en Ciudad Nueva y apretar el círculo alrededor de ellos”.

Pero Washington se oponía a una acción directa, ya que pondría en evidencia los verdaderos planes del gobierno de Johnson, por lo que había que hacer un trabajo de zapa, pues la declaración del primer mandatario al respecto no dejaba lugar a dudas, al indicarle al embajador Bennett que “la participación de tropas norteamericanas en operaciones ofensivas de combate contra los extremistas es una decisión política importante que solamente debería ser tomada por la máxima autoridad aquí”.

El temor a los que caerían en un combate, específicamente vidas de dominicanos del bando constitucionalista, no decidía al Presidente Johnson a una acción, por lo que la evitaba, hasta que a media mañana del viernes 30 se reunió con sus asesores a pesar de los informes de que la Junta Militar se encontraba cerca del colapso y de que la Fortaleza Ozama estaba a punto de caer en manos rebeldes.

Presidente Johnson

 “Jhonson consideró apropiada la decisión de enviar tropas norteamericanas a Santo Domingo para atacar a los constitucionalistas. Fue una decisión difícil y rehusó tomarla, escogiendo en su lugar mantener abiertas sus opciones. El podía. Decidió por el momento continuar trabajando a través de la OEA para un cese del fuego”.

A través de esta y otras iniciativas en las que participaban latinoamericanos, Johnson esperaba hacer de la intervención un asunto hemisférico multilateral, y para ayudar al embajador Bennett y al Nuncio del Papa, diplomático de mayor jerarquía en el país, a negociar un cese del fuego, el presidente norteamericano ordenó al ex embajador John Bartlow Martin viajar hacia Santo Domingo a fin de establecer contacto con los líderes constitucionalistas, ya que no era un secreto para nadie el hecho de que Bennett tenía poca o ninguna credibilidad, ni temporalmente estaba inclinado a negociar con los rebeldes.

 

Envían más tropas a República Dominicana

En Washington tenían también el temor de que el Nuncio pudiera hacer demasiado concesiones a los constitucionalistas, y en caso de que fracasara la negociación del cese del fuego, Jonson quería disponer de suficientes tropas para tomar y retener la isla. McNamara y Wheeler le aconsejaron al presidente que una o dos divisiones serían necesarias para llevar a cabo esa tarea, así que Johnson autorizó el envío del resto de la 82ª División Aerotransportada, la Cuarta Brigada Expedicionaria de la Infantería de Marina y si era necesario, la 101ª División Aerotransportada.

Lyndon B. Johnson añadió que aprobaría el uso de todas las tropas y medidas que fueran necesarias para impedir que la isla fuera tomada por los comunistas, y como última medida decidió activar el Comando del XVIII Cuerpo del Ejército Aerotransportado y enviarlo a Santo Domingo. Al respecto Yates comenta, “fue una mañana muy ocupada en el Salón del Gabinete”.

En cumplimiento a lo establecido, se le informó a Bennett de la posición de la Administración. El personal de la embajada debería continuar trabajando en pro de un cese del fuego, asimismo, debería oponerse a cualquier acto militar imprudente de parte de los leales.

“La Junta Militar era la única fuerza dominicana organizada amiga de Estados Unidos y, por lo tanto, necesitaba preservarse como la base para un nuevo gobierno, porque la Casa Blanca no quería que las tropas norteamericanas se encontraran en la posición de tener que rescatar a la Junta mediante una acción militar. Hasta el viernes en la mañana, Washington no estaba preparado para sancionar ataques norteamericanos sobre los puntos de resistencia rebelde”, indica el informe.

Pero esto no significaba que los formuladores de políticas en Estados Unidos rechazaran el empleo de fuerzas militares para asegurar una decisión a favor de los leales, no, todos consideraban posible una confrontación decisiva con las fuerzas constitucionalistas y esa convicción matizó su enfoque sobre el despliegue de las unidades del Ejército y la Infantería de Marina y los intentos de establecer un cese de fuego.

“Como resultado, las medidas políticas y militares tomadas por Estados Unidos durante los próximos días parecían algunas veces que tuviesen propósitos opuestos. Hasta dónde esto era cierto fue demostrado patentemente en la primera semana de la intervención”.

John Bartlow Martin y el Nuncio.

Buscan acuerdo entre bandos en pugna

Mientras la 82ª División Aerotransportada y los infantes de Marina llevaban a cabo sus operaciones respectivas, se convocó una reunión en San Isidro a media tarde del viernes 30 de abril con el propósito de arreglar un cese de fuego, reunión a la que asistieron Bennett, el Nuncio, York, Wessin, Benoit y dos personas representando al coronel Caamaño, y el emisario personal del presidente Johnson, John Bartlow Martin, quien llegó cuando la reunión empezaba. En el transcurso de ésta se originó una prolongada y áspera discusión entre los oficiales en pugna, en la que cada parte habló acaloradamente.

Martin y el Nuncio.

El motivo de las discusiones era la comisión de atrocidades y otros crímenes, de los que se acusaban mutuamente, “por un tiempo pareció que el acuerdo fuera inalcanzable, pero a solicitud de Martin, Wessin, luego Benoit, y otros de los asistentes, firmaron un breve documento que buscaba garantizar la seguridad de todas las personas, sin considerar su afiliación política y que solicitaba a la OEA el envío de una comisión para arbitrar el conflicto.

Los firmantes deseaban la aprobación y firma personal de Caamaño, pero decidieron esperar hasta la mañana siguiente antes de hacer el peligroso viaje hasta el cuartel del coronel, en tanto, el Nuncio apostólico de Su Santidad anunciaba por radio que se había efectuado el acuerdo.

 

. Cese de fuego.

. Tropas estadounidenses toman posiciones

La situación comenzó a cambiar a medida que entró en efecto el cese de fuego, pues tanto los infantes de Marina como los paracaidistas reforzaron sus posiciones y esperaron la caída de la noche, “un pelotón de la 82ª división voló en helicóptero para asistir a los infantes de Marina a defender la zona de aterrizaje cerca del hotel El Embajador.

En torno a esta asistencia, Yates indica que “era un calculado gesto simbólico para demostrar la participación de la 82ª división en el esfuerzo de proteger las vidas de los norteamericanos. Por el extremo oriental de la zona de seguridad internacional, cada una de las tres compañías de infantes de Marina tenía una sección de fusiles sin retroceso de 106mm. para incrementar su potencia de fuego”.

El fuego de francotiradores continuó durante la noche entera a pesar del cese de fuego pero una vez las tropas interventoras se acostumbraron a él, su disciplina de fuego mejoró, es decir, dejaron de devolver el fuego hasta que tenían un blanco evidente.

Asimismo, en la orilla occidental del puente Duarte, la cabeza de puente defendida por miembros de la 82ª división fue víctima también del fuego interminable y a veces nutrido de francotiradores en la noche del 30, la fuerza de asalto inicial de la división había llegado configurada para operaciones ligeras pero un batallón de artillería había traído obuses de 105mm., que habían sido situados entre San Isidro y la cabeza del puente.

Cerca de la medianoche, cuando el fuego de los francotiradores era más violento, los obuses comenzaron a vomitar municiones, lanzando unas ocho, lo que provocó una disminución en el fuego de los francotiradores, el comandante del batallón, temiendo que los restos encendidos de estas municiones ocasionaran incendios en el viejo caserío que bordeaba la cabeza de puente, ordenó a la artillería que cesara el fuego. “De la manera en que se desenvolvieron las cosas, las fuerzas norteamericanas no lanzaron más munición de artillería durante la intervención”.

El cese de fuego parecía estar entrando en efecto, pero pocos se mostraron optimistas en cuanto a su duración. “Este acuerdo de cese de fuego sin dudas no causó alegría entre los leales y los funcionarios norteamericanos en Santo Domingo, considerando que el cese del fuego era un desatino mientras los rebeldes aún controlaban la mayoría de la ciudad, en tanto, Bennett trataba desesperadamente de convencer a Washington de sus recelos, pero no lo logró. York ser refirió al acuerdo como un obstáculo para impedir la toma del poder por los comunistas, mientras que Masterson consideraba que el acuerdo era débil.

Así las cosas, se suscitó una agria disensión entre los comandantes norteamericanos y el enviado presidencial Bartlow Martin, el cese del fuego puesto en efecto formalizaba la brecha entre los soldados de Infantería de Marina y los paracaidistas, pero nadie tenía potestad para desautorizar al emisario, al igual que en el caso de los límites de la zona de seguridad internacional, parecía que este aspecto del acuerdo, inadecuado desde el punto de vista militar, tampoco sería alterado.

El Siglo: Martes, 29 de abril de 1997

RELÁMPAGO INFORMATIVO: Lunes, 13 de mayo de 2019

 

 

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