Benoit afirma trató evitar baño de sangre

Nuevas revelaciones sobre intervención norteamericana de 1965
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No importa cuáles, pero sólo el ex general Pedro Bartolomé Benoit sabe por qué razones soportó por décadas que corriera la versión de que sólo él fue el responsable de la intervención norteamericana de 1965.
Ahora plantea que sólo fue el instrumento de grupos de poder que lo envolvieron en la telaraña de sus propias convicciones y de las ajenas, para llevarlo a solicitar una ayuda extranjera que “pacificara” el país en medio de la revuelta de 1965.
Con sencillez, Benoit refiere que nunca había dicho nada porque “tener limpia la conciencia es el deber principal y los demás que consulten con la suya”.
Con una sonrisa apenas insinuada, comenta que los grupos con decisión en la vida nacional, entre los que cita a los empresariales, comerciales, políticos, diplomáticos y parte del clero, todos dominicanos, fueron los que fraguaron el plan de la intervención del que él sirvió de conejillo de Indias, al tiempo que afirma que en esos momentos nadie tenía la fórmula para resolver la guerra civil, pero como asumió una responsabilidad, “me dejaron que me llevara el Diablo”.
Pero dejemos que salgan sus palabras durante esta conversación:
P.- General, usted decía que había algo que no quería dejar de decirme, ¿qué es eso tan importante?
R.- Bueno, el día 24, cuando paré el bombardeo, quedamos acuartelados con la promesa de que se iba a realizar un diálogo con los insurrectos, de manera que se suspendieron todas las actividades militares para el otro día. En la noche llega un oficial a la base y me pregunta: “coronel, ¿no se había quedado en que todas las acciones militares se iban a suspender hasta que se realizara un diálogo?”. Le digo que sí, y me dice, “bueno, pues yo vengo de la ciudad y se están parapetando”.
P.- Eso fue el 24 en la noche. Eso coincide con lo que dijo el general Imbert Barrera al respecto.
R.- No sé lo que te dijo Imbert. El caso es que vamos donde el general de los Santos (Juan de los Santos Céspedes, jefe de Estado Mayor de la FAD), y le digo: “oiga lo que dice este muchacho” y repito lo dicho por el oficial. El me responde: “yo no sé nada, vaya donde Wessin”. Me dio pena porque éramos muy amigos y no voy a utilizar su nombre después de muerto. El caso es que me voy donde Wessin y le informo de la situación de que se quedó en para el bombardeo, y me permití recomendarle que mandara a un grupo de oficiales, entre los que me ofrecí, para hablar con los sublevados y tratar de conminar a Donald Reid Cabral a deponer su mando, ya que el movimiento era una reacción al golpe de Estado de 1963 que gravitaba sobre las Fuerzas Armadas. No sé por qué Wessin se incomodó conmigo.
P.- General, usted se refiere a la conversación que sostuvo con Wessin el 24 de abril en la noche y la reacción que éste tuvo. ¿Qué sucedió ahí realmente?
R.- Bueno, le dije: “General, forme una Junta Militar e informe a través de la radio al pueblo dominicano que las Fuerzas Armadas, conscientes de su responsabilidad histórica, han decidido tomar el mando para preparar a la ciudadanía; a los partidos políticosque se organicen para llevar a cabo unas elecciones libres y aquel a quien el pueblo le dé el voto mayoritario, se le entregue el poder y nosotros volvemos a los cuarteles”. Eso le dije, pero no sé por qué razón Wessin se incomodó, y con lo que me saltó fue: “¡Es más, si ustedes quieren, yo renuncio!” Le contesté: “General, yo no vengo a pelear, yo le estoy diciendo lo que creo, pase buenas noches”. No seguí hablando. En ese momento yo me dirigí hacia mi casa, esta misma, y pensé llevar todos los trastos que tenía de la Fuerza Aérea a la base o mandarlos con mi chofer y quedarme en mi casa, pero pensé que podría ser considerado un acto de cobardía, rebeldía o traición, no sé. Yo volví, y me acosté en mi cuartel.
P.- ¿Qué sucedió después?
R.- Al día siguiente, en la mañana, oigo una bulla grandísima en la Jefatura de Estado Mayor. Hasta me alegré porque pensé que había conseguido lo que yo quería, que se había llegado a un arreglo. Cuando voy, me informé que lo que yo le había propuesto a Wessin, los sublevados ya lo habían hecho. Eran dueños del gobierno, y como tal, pensé, ya no hay nada más qué buscar. Entonces me dicen que del Palacio Nacional me llamaban, pero no me dijeron ni por qué, ni nada, lo que supuse fue que alguien habría hablado de las actividades mías de impedir el bombardeo y, tomando eso como una razón, me estaban llamando como mediador. Y así fue.
P.- ¿Entonces usted se fue para el Palacio Nacional?
R.- Sí, pero aquí en la base no se me dio ninguna instrucción, nada más que fuera hacia allá, por lo que abordé un helicóptero y me dirigí hacia el Palacio Nacional. Cuando llegué allí, observé algo que me impresionó bastante, y es que todos los oficiales, prácticamente coroneles, me saludaban como a un superior, pero la verdad es que ellos me hicieron saber que había algo personal conmigo porque ese grupo se puso a mis órdenes. Yo me cuadré y pregunté: ¿Dónde están los triunviros? Me dicen: “En la tercera planta”. Llévenme allá. Cuando me llevan, estamos a 25 de abril, me encuentro con Donald Reid y con Troncos, que están sentados en una oficina. Donald Reid se paró y me dijo: “¡Hombre!”. Yo hasta me sonreí y le dije, “yo no esperaba encontrarlo de esta manera”. No me refería a que se iba a quedar, sino que era el momento en que se iban a resolver las cosas sin ellos. Consideraba que iba a donde militares que hablábamos el mismo idioma.
Cuando llego a las oficinas de la Secretaría de las Fuerzas Armadas –que estaba en el ala derecha del Palacio Nacional–, había un grupo como de 200 oficiales, pero los que llevaban la voz cantante eran el coronel Hernando Ramírez, así como Vinicio Fernández, Giovanni Gutiérrez y unos cuantos más.

Al entrar, me pregunta Hernando Ramírez: “Coronel Benoit, ¿cuál es el predicamento de la Fuerza Aérea en esta situación?”. Le respondo que ni siquiera me habían hablado, “solamente me dijeron te están llamando y yo salí. Bueno, pues bien, lo que ustedes han hecho, yo lo había recomendado anoche, de manera que si ustedes lo hicieron, yo considero que da lo mismo, no somos políticos, somos militares, en tal virtud, yo reconozco, y creo que la Fuerza Aérea también, que procede una Junta Militar que le dé plena libertad a los partidos políticos para que se organicen y se realicen unas elecciones libres”.
“Eso no es así, aquí es la vuelta al poder del profesor Bosch”, me dijo Hernando Ramírez, a lo que contesté: “Mire, a mí me apena el caso de Bosch, pero no creo que podemos volver en sentido contrario las manecillas del reloj del tiempo, el caso del profesor Bosch aunque penoso, ya pertenece al pasado. Así lo considero yo”. Y hablaba así porque tenía la convicción de que de nosotros decir, estamos con ustedes, íbamos a tenernos que ver con Wessin, bombardearlo o él bombardearnos a nosotros.
Y la razón estuvo de mi parte y se vio. Peleamos e hicimos cuantos disparates se podían hacer y no pudimos sentarnos en una mesa a dialogar. ¡Y no pudimos hacerlos nosotros!
P.- Excúseme general, pero si las cosas estaban así, ¿por qué no insistió y se dio paso a la intervención?
R.- ¿Por qué me hablan a mí de los americanos? Sí. Porque ya me di cuenta de que necesitábamos una fuerza exterior que nos echara a un lado, porque aquí no había pantalones para meterse, porque o bien se iban para un lado o para el otro. Pero no pudo aparecer un elemento con condiciones para poder decirnos, échense para un lado y vamos a mirar por la patria.
Cuando estábamos hablando y yo tratando de convencerlos, muchos oficiales que estaban ahí, aunque insurrectos, me aplaudían porque yo no estaba demostrando ninguna pasión ni interés en tener mando, sino que precisamente, yo quería resolver un asunto que aún estaba en nuestras manos.
Ya en un momento, el coronel Giovanni Gutiérrez, que estaba en una tarima con todo su equipo de guerra, ha venido sobre mí, y yo pensé que me iba a atacar y me preparé. No, lo que vino fue a abrazarme y me dijo: “¡Carajo, coronel Benoit, usted sí que es un hombre ecuánime, si aquí hubiera dos hombres como usted, aquí no se peleara. Pero pelear entre nosotros, ¿para qué? Dígame. No, no, no, esto hay que resolverlo entre nosotros”, dijo el coronel Gutiérrez.
P.- ¿Usted creía entonces que era una obsesión de esos militares el traer a Bosch de nuevo al poder?
R.- Sí, sin ánimo de criticarlos, era una obsesión. Quizás era una obsesión que dentro de sus mentes era la salida apropiada, ya que con eso se le iba a devolver el poder, es posible. Y vuelvo y te digo, no quiero con mis palabras herir a nadie, hoy somos amigos y quisiera que ellos pensaran que yo también tengo mis errores. Quizá el yo querer resolver la situación fue un error; pero yo no quería nada para mí, teníamos que librarnos de lo que iba a venir atrás, que yo sabía, porque inclusive me parece que en mi conversación con Hernando, le dije, “mire, creo que esto va a traer un agrietamiento en las Fuerzas Armadas y consecuentemente, eso va a traer una guerra civil y al final, vamos a tener una intervención americana”. Y no pensaba que iba a suceder eso, en realidad.
P.- ¿Premonición?
R.- Simplemente sabía que como ya se había hablado de comunismo, y sabía también que los norteamericanos estaban celosos de que en el Caribe se produjera una nueva Cuba, lo que ya era suficiente para tenerlos metidos en miedo, entonces, indefectiblemente, ellos iban a venir.
P.- ¿Usted cree que la intervención militar de Estados Unidos se iba a dar de cualquier manera?
R.- Sí, entonces, yo le digo, ¿fue Benoit que los hizo salir de su territorio y los hizo venir? No, señor. Y si fue así, ¡ah, pero qué grande es Benoit! Yo fui el instrumento de otros que ya habían pedido la intervención de manera soterrada, sin sacar la cabeza.
P.- Es decir, la intervención venía como fuera, usted lo que hizo fue pedir refuerzos?
R.- Sí, sí, pedí ayuda para poner orden.
P.- ¿Y qué fue lo que sucedió, se le fue de la mano a todo el mundo y los norteamericanos tomaron control de la situación?
R.- Es que ellos consideraron, no los subestime, que bajo ninguna circunstancia iban a permitir que los comunistas se hicieran con el poder. Ya tenían el precedente de Cuba, vieron aquí una posición para hacer un movimiento de ese tipo. Yo tengo mi convicción, yo me preparé para defender mi patria, pero no para pelear con los dominicanos.
P.- Volvamos un poco atrás y continuemos con el relato de su visita al Palacio Nacional y su conversación con Hernando Ramírez…
R.- Cuando ya estamos al filo del mediodía del domingo 25, se estaba quemando en la ciudad la imprenta Prensa Libre. Algunos locales de partidos políticos eran incendiados y el caos reinaba por la ciudad, se oían tiros por doquiera. Ya a esa altura de la situación, consideré que no teníamos nada más que discutir, pues ellos estaban empecinados en la vuelta de Bosch sin elecciones. Esa era la mística de los sublevados. Entonces busqué todos los subterfugios y todas las fórmulas posibles, y nada. Yo les dije ante esa actitud, “señores, yo me retiro”.
P.- ¿Y entonces volvió a la base?
R.- Espérese. Le pedí prestado su carro al coronel Calderón para salir del Palacio, y él dijo, “yo se lo puedo prestar pero usted no puede ir a San Isidro porque el puente está bloqueado”. Y le dije, está bien, pero préstemelo. Fuimos a casa de mi suegra, cerca del aeropuerto General Andrews, y la pobre vieja ya está en la puerta, nerviosa. Entré y me senté en la sala. En eso oigo en la radio que dicen, al coronel Benoit, donde quiera que se encuentre, que llame al teléfono tal. Era el de la base. Llamo y me responde el general de los Santos Céspedes y me dice: “Si estás preso, tose”. Le respondo, “yo no estoy preso, ¿qué quiere usted? Porque todo lo que tenía que decir, se lo dije a Hernando”. A esto me dice, “no, no. Te llamo porque precisamente, del Palacio piden que vuelvas”.
“¿A qué?, porque ya no tengo ningún argumento que discutir con ellos porque ya les he planteado todas las fórmulas habidas y por haber, inclusive la resultante de todas estas cosas”.
Me dice: “No, no, ellos quieren hablar contigo”. Para mí fue muy duro volver. Cuando llegamos al Palacio Nacional, entramos por la puerta principal, y, a mano izquierda estaba la oficina del coronel Milito Fernández. Allí, en esa oficina, estaban Montes Arache, el capitán Lachapelle, el coronel Boumpensiere, bueno, las cabezas principales, a excepción de Caamaño, que en ningún momento lo vi.
Entré muy contento y dije: “Bueno, señores, ustedes me llamaron y aquí estoy, tengo unos cuantos pesos en los bolsillos para que nos tomemos unas cuantas cervezas”. Recuerdo que golpeé el escritorio en donde estaba Montes Arache y le dije:”Vas a resolver esto”. Encontré un ambiente muy favorable.
En eso, va pasando Hernando Ramírez y mira hacia la oficina, ve la situación de camaradería y grita a voz en cuello: “No es la Fuerza Aérea ni el general Wessin los que me van a quitar un plan que yo llevaba elaborando hace dos años”. Siguió caminando y hablando y al poco rato se presentó con Molina Ureña y me lo presentó.
Molina Ureña me pregunta: “¿Cómo ve usted la situación?”. “La veo muy mala”, respondí. Me dice, “pero si es que esta mañana se me juramentó como presidente provisional hasta tanto llegue de Puerto Rico el profesor Bosch”. Y le digo, “me parece muy bien pero creo que eso no va a fructificar por una serie de razones”.
Me vuelve a preguntar, “¿qué usted cree que es lo que procede?”. Y le respondo, “una Junta Militar, y le estoy diciendo esto porque no podemos llamar a los políticos, a los curas o a los comerciantes”. Me dice, “¿quiénes serían los que formarían esa Junta?”, a lo que le expliqué que eso era potestativo de los jefes de Estado Mayor y sobre eso no podía decirle nada.
En eso, me llama el coronel Milito Fernández y dice, “coronel Benoit, lo llama el general de Los Santos Céspedes”.
De los Santos me pregunta qué había en el ambiente, y yo le contesté, “¿pero qué hay de qué? Cuando usted me mandó para acá yo pensé que ya estaban preparados para decirme una cosa u otra, pero el Hernando Ramírez este, digo, veo que está creando situaciones duras”.
A poco de decirle esto, segundos después, vino una escuadrilla y comenzó el ametrallamiento del Palacio. Dije para mis adentros: “Bueno, esto se embromó”, incluso mandé a Molina Ureña a meterse debajo de una mesita. Estas palabras no son para herir a nadie, no, que las oigan y me digan, Benoit, eso no fue así. Porque yo no tengo por qué mentir, ya a mí se me ha acusado de todo, conmigo se ha hecho de todo, lo único que me puede salir es la muerte y esa va a venir de cualquier modo, lo que quiere decir que más no me puede venir. Pero lo lógico es que todo el que crea que miento, me diga, “no, no fue así”, y que yo diga entonces, “¿Qué tú aportaste para que esa desgracia no viniera sobre el pueblo dominicano, qué hiciste tú?”. Para que me respondan, “¡ah, la vuelta a la constitucionalidad!”. Es verdad, fue muy bonito, muy patriótico volver, pero es que hay que saber las condiciones, los resultados y las consecuencias de lo que se hacía, de la misma manera que debieron pensar en las consecuencias que traería más tarde el golpe de Estado de 1963, pero no pensaron en eso, ni en las consecuencias de lo del 1963 y mucho menos de las del 1965.
P.- Pero no se puede ser adivino, general…
R.- Se supone que nosotros, los militares, debemos saber, en base a nuestros estudios, las cosas que proceden o no. Aunque no seamos políticos. Desde luego, sabemos que los políticos muchas veces nos crean situaciones duras, nos ponen a pelear unos contra otros y ellos se reúnen después a comerse el sancocho.
P.- General, ¿qué pasó en el momento en que Molina Ureña fue a parar debajo de una mesa durante el bombardeo?

R.- ¡Ah, sí! En ese momento yo pensé que tenía que salir de ahí para averiguar qué estaba pasando, y cuando estaba en la puerta del Palacio, vino un grupo de cuatro jóvenes armados de metralletas y me dijeron: “¡coronel, vamos a pelear!”. Yo les dije, “sí, pero vamos a salir de aquí”. De manera que salí con los muchachos, aquellos eran hombres nobles porque pudieron matarme o tomarme de rehén y no lo hicieron. Los cuatro que salieron conmigo se ve que no sabían gran cosa de la situación porque se dejaron acaudillar de mí. Y les dije: “¡Vamos para arriba!, a la casa de mi suegra”. Entonces, de ahí fui a una casa que, precisamente, era de una prima de Caamaño, pedí el teléfono prestado y llamé a la base. Cuando me contestaron, dije: “¿Quiere decir que ustedes me dijeron que volviera al Palacio para asesinarme allí, para matarme”.
P.- Pero, ¿realmente fue así?
R.- Tiene que darse cuenta de lo que es la vida. El caso es que digo: “Ahora yo estoy aquí fuera del Palacio. ¡Sáquenme de aquí, de la ciudad”. Me responden: “el helicóptero en el que usted se fue esta mañana esta fuera, en servicio”. Dije: “Sí, pero está el Allouette, aunque tiene 3 meses sin volar, póngalo a volar ahora mismo”.
¿Dónde va a estar?”, me preguntan. Y respondo: “Voy para la Marina”, y salí otra vez con el grupo que creía que yo estaba con ellos. Mandé a mi suegra a colarles café, volví donde la prima de Caamaño, y cuando regresé les pregunté si habían tomado café, al responder que sí, les dije, “ahora vámonos para abajo”. Y cogimos para la Feriaporque en la base ya sabían que íbamos para allá y cuando llegamos, salió un marino con una ametralladora que gritó: “¡Solamente puede venir el coronel Benoit!”. Salí del carro y les dije a los que me acompañaban, “sigan, sigan, que les van a disparar”. Los muchachos creyeron que los había traicionado y no fue así. Yo los utilicé, no con ninguna mala fe, pero es lógico, no éramos de igual parecer. Y así volví a San Isidro.
P.- Ahora sí que no entiendo por qué volvió a San Isidro después de eso.

R.- Mis principios. Yo te digo que tiene que haber algo, algún destino que te traza el camino. Hay cosas incomprensibles que uno tiene que aceptar y yo acepto las mías. Por eso acepto que todo pasara así. Cumplí y eso es lo que cuenta porque muchos huyeron y se limpiaron las manos y la culpa de todo la cargué yo, Benoit.
P.- Dígame una cosa general, ¿por qué en todos estos años usted no dijo nada ante todas estas acusaciones que se le han hecho?
R.- Porque tener limpia la conciencia es el deber principal y los demás…que cada quien consulte a su conciencia a su conveniencia. Bajo ninguna circunstancia yo iba a tener un apoyo de alguien para lucha junto a mí, para discutir. No. Pero muchos dominicanos pensaron que con los norteamericanos se iba a resolver la cosa, porque sabían de antemano que ellos venían a separar dos grupos que se iban a matar y con eso se evitaba el torrente de sangre que iba a correr en República Dominicana. Pero fue Benoit quien los pidió, ¿eh? Benoit si es grande que movió a la nación más poderosa del mundo y eso frenó la revolución porque aquí iba a haber muchos muertos. En primer lugar, no nos íbamos a rendir y nosotros teníamos el arma más poderosa, la Fuerza Aérea, para bombardear, precisamente eso es lo que hubiese querido el enemigo, no me refiero a nadie en particular. No, ese romance no lo iban a tener, había que buscar una fórmula, ¿quién la tenía? Nadie. Pero tampoco interesaba a algunos y no quiero mencionar grupos porque aquí tenemos muchos.
P.- Cuando usted habla de grupos, ¿se refiere a políticos o militares?
R.- Yo hablo de grupos dominicanos con poder de decisión. Hay muchos grupos de empresarios, de comerciantes, de políticos, del clero, los diplomáticos. Hay muchos grupos que hubieran tenido cierta fuerza para impedirlo, pero prefirieron decir, vamos a dejar que el diablo se lleve a Benoit, porque la noche que llegaron los norteamericanos hasta bebieron y celebraron, pero condenaron a Benoit. Yo cargué mi cruz por otros, no como Jesucristo que cargó con la cruz de todos nuestros pecados, pero cargué con los pecados de muchos sinvergüenzas, de muchos que se escudaron tras Benoit, por los pecados de muchos que realmente fueron los que pidieron la intervención. Y yo firmé. Pero moralmente ya ellos la habían pedido y Benoit cargó con las culpas y Benoit no fue a discutir con nadie, porque resultó lo que realmente tenía que resultar, se separaron las hostilidades que iban a llevar a este pueblo a una desgracia.
P.- Ya con los norteamericanos en el país, establecido el corredor, se instaura el Gobierno de Reconstrucción Nacional, ¿qué papel juega usted en esta transición?
R.- El día 7 de mayo nosotros presentamos renuncia y se formó el Gobierno de Reconstrucción Nacional.
P.- ¿La Junta Militar renunció de motu proprio?
R.- Aquí no ha habido motu proprio. Hay una cosa, ya las fuerzas norteamericanas y entre ellos, los buenos oficios de la OEA, están decidiendo situaciones. Yo no tenía interés en mantener el mando. ¿Qué es eso para mí? Nada. Primero está el país, la solución al problema. Si la solución está en que nos vayamos, ¡vámonos al diablo!, pero que se solucione. Al primero que se le dice esto es a Benoit. Imbert me sustituiría a mí aunque yo quedaría en el gobierno.
P.- ¿En calidad de qué?
R.- En calidad de miembro del gobierno, porque vea usted, fue un gobierno colegiado, de cinco hombres; Imbert lo presidía y cuatro hombres más, entre los que estaba yo. Pero me sacaron porque, según he sabido, el general Imbert, hablando con un grupo de personas, les había dicho una gran verdad, que era amigo de Francis y su grupo, así como de nosotros, y como tal, consideraba que yo no era apropiado. Quizá él lo hizo con su mayor buena fe, no importa que a Benoit se lo lleve el diablo, pero con la mayor buena fe de que sin mí se podría crear un clima de paz. Y realmente no fue así, pero se cambió el gobierno y se le dio ahora un aspecto distinto del que tenía, persiguiendo el mismo objetivo: llega, formar, producir un clima de paz para que las conversaciones pudieran llevarse a cabo. Ahora bien, en esas conversaciones de todos los miembros de la OEA y todos los que intervinieron en ellas, ¿en algún momento se habló de traer al profesor Bosch al país? No. Era lo mismo que yo decía pero a ellos sí podían oírlos. ¿Entonces no podían creer a este grupito de los suyos que tanto hablamos de la nacionalidad, de la dominicanidad, de esas caballás, de las estupideces, de la hipocresía? Ya en estas condiciones, le voy a relatar un pequeño caso. Un día el señor Bunker –Elliot Bunker–, quien dirigía las conversaciones, me invita a un diálogo fuera de Palacio.
P.- Perdón, ¿ya estaba el Gobierno de Reconstrucción Nacional instalado?
R.- Sí, correcto. Cuando me dice: “La verdad es que yo no conozco bien a su pueblo”. ¿Cómo así?, pregunté. Me dice “porque en la calle El Conde vi un grupo de señores con brazaletes negros y luto por la patria, parecidos a dignatarios, que iban hacia el Altar de la Patria a hacer votos y a hablar contra la intervención. Y en la noche, ese mismo grupo se reúne con una serie de políticos y militares norteamericanos para decirles la necesidad de que nos quedemos aquí por varios años para crear el clima de paz necesario para el país, porque se está construyendo un barrio y los que están de luto por la patria, buscan hacer una serie de casas para alquilárselas a los militares que vendrían con sus familias a residir aquí”. Y Bunker me sigue diciendo: “Mientras tanto, lo insultan a usted y salen con sus brazaletes negros andando por la ciudad, y en la noche me piden que nos quedemos…”
P.- Ese grupo, ¿era político, empresarial o militar?
R.- Dominicanos de la High Class, de los que han estado ahí desde 1844.
De esta manera finaliza una entrevista con un hombre al que no se le apretó el pecho a la hora de decidir lo que creía era lo mejor para la nación, no importa si estaba o no errado, el tiempo le ha dado la razón. Un hombre que se queja de que lo utilizaron para lograr fines inconfesables, pero que se atribuye su parte de culpa en una situación que decenas de años después, sigue gravitando y pesando en la sociedad dominicana. Una extraña mezcla de ingenuidad con despecho, eso fue lo que nos mostró el general (r) Bartolomé Benoit Vanderhorst en esta entrevista con la historia reciente del país.
El Siglo: Sábado, 3 de mayo de 1997
RELÁMPAGO INFORMATIVO: Viernes, 24 de mayo de 2019.