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Montes Arache proclama: Fuí, soy y seré constitucionalista

Reconoce olvido a combatientes

(Segunda parte)

Por Claudia Fernández

No niega que el miedo le atenazaba en ciertos momentos, pero como expresa, el valor de un hombre reside en enfrentarlo. Al comandante Manuel Ramón Montes Arache en esta ocasión se le aguan los ojos cuando se refiere  a Francisco Alberto Caamaño Deñó, aun cuando habla de sus defectos y virtudes, y explica el por qué le decía Gran Zulú. Es que era un devorador de revistas cómicas –paquitos—que presentaban a un guerrero de ese nombre, y al respecto, Montes Arache dice: “Caamaño era igual que el Gran Zulú, intempestivo, fuerte, osado, y él me decía a mí Cara Pintada por las marcas que dejaron los explosivos en mi rostro”.

De Caamaño continúa diciendo, “era un gran elemento, de gran corazón, con mucho valor pero a veces irracional. No pensaba en las consecuencias de lo que iba a hacer, actuaba de acuerdo a sus impulsos”.

Como militar, el comandante de los “rana” dice de su compañero que era buen militar, muy exigente con los subalternos pero incumplidor de las rutinas militares, a quien enfrentó en varias ocasiones en el transcurrir del conflicto armado por las órdenes que daba, muchas de las cuales no siempre acató por considerarlas inadecuadas, como la de no llevar armas largas a Santiago, cuando el suceso del hotel Matum.

Montes Arache, quien al momento de iniciarse la Revolución se desempeñaba como jefe del Departamento de Artillería y Defensa de la Marina de Guerra, dice que fue el único oficial que no fue dado de baja de todos los que participaron en la contienda bélica de abril, aunque a su regreso al país en 1971, le practicaron un allanamiento y el entonces secretario de las Fuerzas Armadas, Francisco Rivera Caminero, le esperaba para someterlo a un Consejo de Guerra.

Y en medio de todas estas remembranzas surge en su memoria el recuerdo de André Riviere, un francés miliciano, que luchó a favor de los haitianos y luego pasó a este lado de la isla para sumarse a los combatientes constitucionalistas, quien fuera uno de los primeros en caer, debido a que un soldado norteamericano lo confundió con él.

 “Esto fue en la calle Isabel La Católica, y parece que los comandantes de tropas norteamericanas tenían precio a mi cabeza, porque años después uno de los vinieron en la intervención me dijo que la orden era, hay que cazar a Montes Arache, pero no lo lograron, gracias a Dios”, refiere con lágrimas en los ojos al recordar al compañero muerto por confusión.

Anécdotas, críticas, retazos de la historia que se van zurciendo en su memoria es lo que viene en esta segunda parte de la entrevista con un hombre que se creció en su momento y al que jamás se le dio la oportunidad lo mejor que tenía de sí en pro de su país, según sus propias consideraciones.

P.- Háblenos un poco del famoso asalto al hotel Matum, ¿qué es lo que no se ha dicho?

R.- Bueno, qué te digo. Quizás el momento más difícil de 1965 lo confrontamos ahí, Claudia. Fue una soberana tontería haber ido al Matum, y digo una soberana tontería porque estando en un país ocupado, con tropas llenas de resentimiento por muchas razones, que eran las dominicanas y soldados invasores que los alentaban en su odio, ¿cómo íbamos a hacerle una misa a un compañero caído, atravesando la mitad del territorio por carretera, exponiéndonos a todos a lo que pudo haber pasado, con razón o sin razón?

Yo le hice saber a Francis Caamaño mi oposición a ese memorando, el cual conservo todavía –y del cual gentilmente nos cedió una copia—y le hago saber mi inconformidad, pero órdenes son órdenes y hay que cumplirlas. Yo recojo al personal que anda conmigo, que era 14  hombres; los únicos fusiles que llegan a Santiago son los que llevo yo, porque la orden era que las armas largas no deberán salir del carro, y yo desestimo la orden de Caamaño de que solamente se llevaran armas cortas.

En la carretera veo todo un montaje preparado. A nosotros no nos paran porque sabían paso a paso lo que estaba pasando en esa caravana, y lo que quieren es la carretera despejada, tanto así que yo llevo cuatro carros llenos de hombres y no nos detienen, quiere decir que querían la vía despejada. Ante esto, allá en Santiago me encuentro con mi hermano Evelio Hernández, y le pregunto que qué había visto en el ambiente, y me contesta: ¡Uuuuuf! Esto está lleno de agentes de seguridad. Entonces le digo ¡anjá! Hemos caído en la boca del lobo. Cuando Francis entre, dile que nos vamos lo más rápidamente posible, pero nada, había decidido seguir desafiando y vamos en una especie de procesión en el cementerio. Aquí se detectan algunas cargas explosivas, dos cajas con 10 kilos cada una, aproximadamente, de C-4, uno de los explosivos convencionales más poderosos utilizados por las fuerzas interventoras, yo las desactivo por suerte, porque si llegan a funcionar todavía estuviéramos en órbita. Ahí mismo, en el cementerio, se hacen disparos provocativos y aún así, Francis lleva su tozudez hasta ir al Matum.

Cuando llegamos allí, de inmediato estábamos cercados totalmente por tropas de blindados e infantería, y comenzó la cacería. Quizás el destino nos dio la posición privilegiada, pues estábamos en un terreno alto y ellos en descubierto y si no hubiéramos tenido pocas armas, aunque buenas, el cuento hubiera sido otro. Lo desgraciado de todo esto, Claudia, es la cantidad no divulgada de hombres muertos hasta ahora, porque lo que me duele es pensar por qué razón tuvieron que morir tantos hombres por una tontería así.

P.- ¿Cuántos hombres cayeron, comandante?

R.-  De ellos, no sé decirte, pero eran muchos, muchos. Del lado nuestro, tres, el coronel Lora Fernández, el sargento Peña y un policía infiltrado. Tres hombres…Ellos, cientos de hombres, yo diría. Y hace un silencio prolongado, una mezcla de tristeza y arrepentimiento, que respetamos para proseguir…

P.- Usted ha mencionado en dos ocasiones que tuvo divergencias con Caamaño, ¿en qué consistieron éstas?

R.- Mira, Claudia, creo que decididamente, hubo una cierta separación mía con  Caamaño que se hizo mucho mayor después que salimos del país al destierro. Yo estaba en Canadá y él en Europa, y parece que allá alguien trató de lavarle la mente y le trastocó sus ideas originales. La evidencia está en que se lanzó a la lucha  para reinstaurar el derecho que le asistía al pueblo a la vuelta a la constitucionalidad, por eso nos cambiaron el nombre de rebeldes por el de constitucionalistas. Lo fui, lo soy y lo seré, un constitucionalista. En la mente de Francis le hicieron creer que el gobierno del doctor Balaguer era una fachada del gobierno norteamericano. Yo le dije, no Francis, es un gobierno elegido por el pueblo libremente. Que a muchos no les guste, que se lo chupe el pueblo hasta que cumpla su mandato, como lo sigo pensando hoy por hoy, con cualquier gobierno que surja.

Creo que le llevaron al ánimo de Francis que ese foquismo era lo que convenía al país, por eso, desgraciadamente, él incurrió en el error, desgraciadamente, digo, porque Francisco Alberto Caamaño Deñó era una figura política con cierto tamaño y era un líder dentro de la juventud, ¿por qué negarlo? Pero él desoyó los consejos de los que más le querían, y trató la vía que era la más desgraciada, porque fíjate el resultado, ¿cuál fue? Ni logró el apoyo popular, ni llegó a feliz término.

En ese momento, cuando él vino con el grupo armado –1973—a mí se me llamó. Se me llamó, y le doy gracias a Dios por ello, para que efectuara la patrulla dentro de la zona capital, ¿tú sabes por qué digo que doy gracias a Dios por ello?, porque en un momento de tal situación política, esos barrios de la parte alta eran verdaderos hervideros y esas tropas que todavía disparaban sin pensarlo dos veces, en esa situación dirimí con los revoltosos y en esos 70 y pico de días que duró el servicio mío, no hubo un hombre preso, un hombre golpeado y mucho menos muerto, eso sí lo puedo decir francamente. Y con mucho orgullo, acotamos nosotros.

P.- Ante este tipo de situaciones, ¿usted nunca sintió miedo?

R.- Muchas veces lo he sentido. Sí, el que no siente miedo no es un ser humano, pero quizás el verdadero valor de un hombre estriba en que hay ciertos momentos en que la duda te hace flaquear, tú tienes la entereza de enfrentarte a ese miedo y sobreponerte. No creo que haya un solo hombre en el mundo que no haya sentido miedo.

P.- ¿Nos podría relatar alguna anécdota especial de la Revolución?

R.- Anécdotas, muchas…Son momentos tan duros, porque hay momentos en uno se siente tan lleno de confusión, y…Estaba yo con unos muchachos cerca de las calles José Martí y Barahona, se había originado una escaramuza, un tiroteo contra una sección que parece hizo una avanzadilla, somos 4 ó 5 hombres y uno de ellos está rellenando unos cargadores mientras se comía unas naranjas. Le dice uno de los muchachos, ¿qué es lo que tú estás haciendo? Y él responde, comerme estas chinas para ver cuándo comienzo a pelear. Y vuelve a preguntar el joven, ¿qué es lo que acabas de hacer ahora? Y el de las naranjas se encogió de hombros. Es que ya se tomaban las cosas como especie de juego. Admiré ese personal y lo sigo admirando porque han sido hombres maravillosos todos.

R.- Pero nunca les han hecho un reconocimiento, que se sepa…

R.- Jamás, mira, Claudia, una cosa curiosísima, a muchísimas instituciones, no voy a mencionar nombres, de aquí y del extranjero les han dado reconocimientos, pero nunca se le ha dado un reconocimiento a un solo hombre que haya participado en la guerra del 65, ni se le ha dado la oportunidad, a uno solo, óyelo bien, a un solo hombre para que tenga una posición que le permita vivir decentemente con su familia.

P.- ¿A qué atribuye usted eso?

R.- Quizás a las imposiciones foráneas, quizás. Porque cuando Don Antonio Guzmán y Jorge Blanco (los dos primeros gobiernos del PRD, luego de los 12 años de Balaguer), lo más lejos que llegué fue a las bóvedas del Banco Central, porque era un hombre con nombre. Con Jorge Blanco fui mediatizado a todas las posiciones secundarias, no era bueno para nada, primero, y después, subsecuentemente, pues no me dieron oportunidad en nada, en nada. Por eso es que yo dije en un momento que no soy un frustrado, sino un decepcionado porque creo que le podía haber dado a mi país muchísimo más de lo que esperaba haberle dado, en tecnicismo, en conocimientos, en lo que fuere.

P.- Volvamos atrás, comandante. Después de la Revolución, cuando se instaura el gobierno del doctor Balaguer, ¿cómo calificaría usted esa etapa política del país?

R.- Para mí, la califico como una transición, pues sólo he conocido dos hombres, en el aspecto político, que marcaron pautas. Uno, el Generalísimo Trujillo y el otro, el doctor Joaquín Balaguer, que de uno y del otro se ha dicho mucho; del primero, con el bagaje, la personalidad y el apresto que tenía, además de su don de mando, tenía indiscutiblemente su manera de ser. El otro, indiscutiblemente no tenía las cualidades del Generalísimo, pero sí sagacidad política y visión hacia delante en ese aspecto. Porque fue un verdadero zorro. Los dos han sido grandes nacionalistas a mi modo de pensar, digan lo que digan.

P.- Entonces, ¿los demás no lo han sido?

R.- Todavía no tengo un juicio lo suficientemente pensado para decir algo, es decir, en la etapa de Balaguer, dentro de lo que a él le convenía en su manera de ser, en la formación y mantenimiento de su gobierno, y digo mantenimiento de su gobierno porque todos saben que el mundo militar lo descuidó. Lo descuidó porque él le temía a aquel mando militar y creó los antagonismos entre los mandos militares.

P.- ¿Usted realmente cree que Balaguer temía a los mandos militares al acceder al poder en 1966?

R.- En los albores, cuando Balaguer recibió la herencia de ese caudillo militar que fue Trujillo, realmente él temía a esos mandos militares, que eran una hechura “rayé” de lo que quería el Jefe en ese tiempo. Y les temía, por eso creó los grupos antagónicos, llevándose del principio de Maquiavelo que dice: divide y vencerás. Esa fue una habilidad de él. Los apoyaba, los mantenía, y les permitía una cosa y otra para poder jugar y mantenerse políticamente, y lo demostró. Fíjate que habiendo sido un hombre que llegó hasta a desempeñar el Ministerio de Educación, descuidó ésta también, porque le interesaban otras cosas, siempre manejó las cosas a su manera y de acuerdo a los intereses de su política. Y el antagonismo entre los militares fue uno de esos intereses.

P.- ¿Eso pudo haber afectado en parte la institucionalidad de las Fuerzas Armadas y el hecho de que en los actuales momentos, los cuerpos castrenses no tengan la preponderancia de antes?

R.- Esa es una pregunta muy, muy interesante. Fíjate, Claudia, la institucionalidad de las Fuerzas Armadas creo que siempre ha sido un mito, ese es otro de los mitos fabricados. Bueno, vienen los problemas cuando Barjam Mufdi es relevado de la Secretaría, solamente duró 62 días, el doctor Balaguer nombra como secretario interino al general Imbert Barreras, quien no ha pasado por ninguna academia militar, es mi amigo personal pero no ha pasado por academia, entonces, lo nombra tentativamente. Cuando los mandos no reaccionan haciéndole ver al señor presidente que se está violando la Ley Orgánica, él se ríe soterradamente y lo confirma, como diciendo, ¡Ah, no, no, no! Estos son chivitos “jarto e´jobo” y para darles el palo de gracia después, ¿quién releva al general Imbert Barreras? Un hombre que durante 16 años había sido despojado del uniforme y era miembro de un partido político, para reírse más; no hay tampoco reacción de los mandos, y a partir de ese momento, tanto jugó Balaguer como pueden seguir jugando todos los otros con los que se llama la dignidad del oficial superior de las Fuerzas Armadas.

Así se expresa el comandante Manuel Ramón Montes Arache, un hombre que sí supo lo que fue la lucha armada, y que hoy no se explica el por qué los verdaderos protagonistas, los héroes anónimos, no han sido reconocidos por nadie, mientras otros se abrogan derechos que no les corresponden.

(Comandante Manuel Ramon Montes Arache: 29 -11- 1927 – 23 -12- 2009. Entrevista realizada en 1997

El Siglo: Viernes, 25 de abril de 1997.
RELÁMPAGO INFORMATIVO: Martes,21 de mayo de 2019.

 

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