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Por Augusto Álvarez

Probablemente, el presidente Luis Abinader, al iniciarse en su gestión de gobierno, no pensó acusar de endiosados, mandatarios e ingeridos con sueños de iluminados a sus antecesores, pero se lo dijo.

No quiere ver su retrato en ninguna oficina de funcionarios de su administración, como si se tratara de un santo ante el cual se arrodillan los creyentes.

El cuadro del tirano dictador Rafael Trujillo, nunca faltó en ninguna oficina de la administración pública.

«En este hogar, Trujillo es símbolo nacional», decía otro colgado en el 99 por ciento de los hogares dominicanos.

Sobre decir que en los escenarios de represión, torturas y muerte de la dictadura, la foto del criminal gobernante constituía un estímulo silencioso para los torturadores.

Y siguiendo la tradición de los dictadores, la sonriente fotografía del doctor Balaguer, ahí estaba en la oficina  de sus funcionarios.

Los presidentes ¿democráticos?, Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco, Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina, ¿frenaron se rindiera culto a sus figuras?

El presidente Abinader dice a los funcionarios de su administración que ponga la foto de su familiares, no la suya.

Naturalmente, Abinader ha dado una bofetada a quienes permitieron, ya en el poder, poner fotos suyas en las oficinas, ¿obedecerán los nuevos funcionarios?

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