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REFLEXIONES: El Espíritu de Dios santifica el Matrimonio

   AYUDAME A SALVAR UNA VIDA  

-III-

Hola amigos, ¿qué tal? El papa Juan Pablo II ilumina con sus meditaciones sobre la Teología del cuerpo el recordatorio que nos hace san Pablo de que el matrimonio está llamado a vivir según el Espíritu: «¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes, y han recibido de Dios, y que, por tanto, no les pertenece?» (1 Cor 6, 19).

Uno de los dones del Espíritu Santo que deben pedir siempre los esposos es el de consejo, por el que se ayuda al matrimonio a evaluar las situaciones y orientar sus decisiones, no solo en base a criterios de prudencia humana, sino también a la luz de los principios sobrenaturales de la fe.

El primer y fundamental discernimiento de los espíritus es el que permite distinguir «el Espíritu de Dios» del «espíritu del mundo» (cf. 1 Cor 2, 12). Y este discernimiento es importante en la espiritualidad conyugal porque presenta todas las cuestiones a Dios y espera en oración conjunta su respuesta.

El Espíritu Santo será Él mismo la voluntad sustancial de Dios manifestada en el alma común del matrimonio, que guía a los esposos permitiéndoles devolver el poder de sus vidas a Dios.

Donde está el Espíritu Santo, renace la capacidad de volverse don, opera la “gracia de estado” del matrimonio que les permite descubrir la alegría y la belleza de vivir juntos.

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Este mismo Espíritu es el que mueve a los cónyuges a las obras buenas, les purifica de sus pecados, enciende en ellos la lucidez de la fe, levanta sus corazones a la esperanza, les capacita para amar, llena de gozo y alegría sus almas, les concede ser libres en el mundo que les rodea, hace posible en ellos la oración.

El Espíritu de Dios da forma al matrimonio, lo vivifica y lo mueve siempre y en todo. La unión matrimonial es un organismo vivo, pues el Divino Amor es el «Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna». (Jn 4,14).

Por el impulso suave y eficaz de su gracia interior, el Espíritu Santo produce día a día la fidelidad y fecundidad de los matrimonios, les otorga la castidad, la fuerza, la sabiduría, la prudencia y la fidelidad perseverante. Es quien, en fin, produce la santidad de los esposos.

Víctor Martínez desea recordar que somos templos vivos del Espíritu Santo, que cuando corrompemos nuestros cuerpos y les damos entrada a mal, estamos expulsando la acción del Espíritu Santo de nuestras vidas y nuestra relación matrimonial poniendo a peligrar nuestra estabilidad, paz y pureza espiritual.

Hasta la próxima.

 

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