Faride no es policía, no hace operativos, pero… ¿será cómplice?
¡Cógelo, Picante! Guzmán Peralta manda, la Policía se desmanda y en el medio, reina el caos

Buenos días…
Es cierto, muy cierto, que Faride Raful, ministra sin experiencia en temas de seguridad, no sabe nada de operatividad policial. Pero, echarle encima toda la culpa por los abusos y atropellos cometidos por agentes del orden es parte de un plan fríamente calculado. Quieren hacerla caer, sacarla del camino y así cubrir la ineficiencia y los escándalos del verdadero responsable, que lo es Ramón Antonio Guzmán Peralta, director de la Policía Nacional.
Guzmán Peralta es quien manda, controla, instruye y administra esa institución, y una de sus principales atribuciones es garantizar la ejecución eficaz de las políticas públicas de seguridad ciudadana. Y si no lo creen, visiten el artículo 22, de la Ley 590-16.
Ahora bien, Faride no es del todo inocente. Si permanece en silencio y no actúa con firmeza ante el desorden y los escándalos internos de la Policía, se convierte en cómplice por omisión. Más aún en los procesos de ascensos y retiros, donde su firma es indispensable. Si en esos procesos hay corrupción o se violan leyes y la Constitución, su pasividad equivale a un aval silencioso.
¿Quién dirige a quién? Es el director de la Policía quien debe arengar a sus tropas para que actúen con decencia. Pero lo que ocurrió recientemente en Invivienda, con el caso del mayor Alberto Matos, es una muestra más del descontrol policial.
Según fuentes policiales, al mayor lo provocaron deliberadamente y casi lo ejecutan. No lo mataron porque había civiles como testigos. De hecho, uno de los agentes gritó: “¡Debiste darle en la cabeza!”
Muchos oficiales superiores reconocen que se cometió una barbaridad y que quien dio la orden «se pasó de la raya”. Ese tipo de actuación solo ocurre en una Policía sin control, sin gerencia y sin autoridad real. Y en un gobierno que mira hacia otro lado mientras la seguridad pública se desmorona.
En el sector Mendoza y zonas aledañas, ya corre la versión de que al mayor Matos lo querían matar porque no se dejaba extorsionar, no pagaba «peaje», y eso lo convirtió en “enemigo” de ciertos grupos dentro de la institución.
“Querían picarlo todos los días y no pudieron”, se comenta. Eso es una vergüenza para la Policía, cuya imagen se hunde más con cada escándalo. Este caso no puede quedar impune. Y mucho menos la víctima puede ser el castigado. Y eso pretenden.
Lamentablemente, el gobierno ha ignorado todos los hechos vergonzosos que han ocurrido bajo la gestión de Guzmán Peralta. Por eso estamos como estamos: con una Policía desacreditada y una ciudadanía aterrada.
Vivimos en una violencia sin freno y miedo sin límites. Asaltos, atracos, despojos, homicidios, caos en las calles y un miedo colectivo que crece día a día.
La realidad es que la Policía está desbordada y el Ministerio de Interior y Policía no la controla.
Y para colmo, hay un tremendo lío en la Academia de Cadetes, donde el descontento amenaza con escalar hasta los tribunales. El presidente Luis Abinader debe intervenir ya, pues la institución está al garete y Guzmán Peralta está en todo, menos donde debe estar.
Y cuidado si no es cierto lo que se murmura entre pasillos, que en la Policía «solo se hace lo que digan dos oficiales subalternos… y una mujer”.
¿Y la mafia de los combustibles? Ni Faride Raful, ni el propio presidente Abinader han querido investigar a fondo la supuesta mafia de los combustibles en la Policía. Lo que se denuncia es escandaloso, y según fuentes internas, podría ser peor que lo ocurrido en la DIGESETT.
Mientras tanto, Milton Morrison, el Hércules del INTRANT, parece tener una cita inevitable con la Procuraduría… a menos que alguien desde arriba decida frenar ese expediente.
Los gringos están mirando… Dicen que Estados Unidos está alarmado por la situación en República Dominicana:
Muchas «debilidades» en la administración pública…
Inseguridad, narcotráfico y microtráfico fuera de control…
La invasión silenciosa de haitianos, avanza sin freno. ¡Ojo con eso!
Y mientras tanto, aquí dentro: la inseguridad campea por sus fueros.
Y la Policía, que debería protegernos, está atrapada entre la corrupción, el desgobierno y el descrédito.