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¿Quién supera a quién en el ejercicio del poder?

 

Por Augusto Álvarez

En una guerra civil, y más aún si es de liberación, es difícil —cuando no imposible— culpar de crímenes de guerra a los líderes combatientes. Pero cuando se trata de guerras de ocupación, la historia cambia.

Durante la Segunda Guerra Mundial, quien presidía Estados Unidos ordenó lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Aquel acto, aún hoy, genera debate sobre si fue una necesidad militar o un crimen de lesa humanidad.

En el caso del Holocausto nazi, aunque la historia se ha centrado en el exterminio sistemático de judíos, poco se ha registrado sobre los bombardeos a hospitales o el asesinato de niños —crímenes que, sin embargo, son hoy una rutina en el Israel de Benjamín Netanyahu. Bajo su mando, las atrocidades no solo son sistemáticas: se exportan más allá de las fronteras, como si la muerte tuviera sello de envío urgente.

Idi Amin, el brutal dictador de Uganda, se queda corto ante las bestialidades cometidas por Netanyahu en Gaza. Tal vez el ugandés se alimentaba de sus víctimas, pero Netanyahu se alimenta del poder, del odio y de la impunidad… y supera con creces a muchos de los criminales más sanguinarios del siglo XX.

No hay, en la historia moderna, figura alguna que, tras alcanzar el poder, haya cometido semejante catálogo de horrores como el actual líder de Israel. Hasta Elon Musk citó a Stalin… y tuvo que recular. Pero si en el escenario está Netanyahu, no hay espacio para comparaciones: él encarna el rostro más despiadado del poder absoluto.

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