Donald Trump: un bombero atómico

En medio de esta gran crisis mundial, impulsada por el gobierno de la unipolaridad, los halcones de la guerra y la resquebrajada Unión Europea, carente de liderazgo eficaz y dispuesta a obstruir la paz, se imponen los pasos seguros y firmes que lleva a cabo el presidente norteamericano Donald Trump, para conjurar las explosiones atómicas y evitar el desastre termonuclear que se produciría en una guerra infame que perturba la existencia de la humanidad.
La esperanza mundial está en la pacificación ofrecida por el presidente Donald Trump, sustentada en la política internacional de los padres fundadores de los Estados Unidos, que rompieron con el Reino Unido-Inglaterra y dejaron de ser colonia para adquirir su libertad plena, como bien apuntó el presidente John Quincy Adams, quien en su discurso del 4 de julio de 1821, ante el Congreso norteamericano y siendo secretario de Estado, valoró la independencia nacional y el Estado soberano, igual que el presidente Franklin Delano Roosevelt frente a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial.
El próximo 3 de septiembre se conmemora el 80 aniversario de la formulación de la paz en el mundo, luego de la tragedia de las bombas atómicas disparadas en Japón, en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
Alaska constituye un nuevo referente histórico para servir de marco político hacia una nueva arquitectura internacional de seguridad y desarrollo mundial, y el presidente Donald Trump tiene el timón y la conducción de las riendas mundiales, con el poderío termonuclear con que cuentan los Estados Unidos de Norteamérica, para impulsar, en favor de todas las naciones del mundo, un nuevo paradigma de convivencia en la humanidad, más justo, más sano de enfermedades, y con el sentido ideológico de la trascendencia y la creencia en Dios, junto al fortalecimiento de la familia como unidad indisoluble de la sociedad.
Para poder dimensionar el peligro que hoy enfrenta la humanidad y el fuego aterrador que conlleva una guerra termonuclear, a guisa de título, nos basta decir que las bombas B 61-13, que tienen capacidad incendiaria y destructiva de hasta 360,000 t de TNT, es decir, 24 veces más potentes que la bomba de Hiroshima y 14 veces más potentes que la bomba de Nagasaki, disparadas en agosto, los días 6 y 9 del año 1945, repetimos hoy hace 80 años.
El presidente Donald Trump ha logrado sofocar el incendio de la guerra de los 12 días entre Israel e Irán, consiguiendo un alto al fuego que pacificó el conflicto en Medio Oriente y evitó la manoseada frase “del aumento de la escala armamentista”.
Previo a ese logro, el establishment norteamericano destruyó tres instalaciones iraníes que tenían enriquecimiento de uranio, en un ataque de cirugía militar, para procurar una salida pacífica que se consiguió en un momento muy tenso y que no desvió al presidente Donald Trump de sus objetivos fundamentales: sofocar el incendio de los ataques termonucleares.
El encuentro en Alaska hace recordar al exgobernador Alaska, Walter Hickel, quien en su campaña a favor del túnel del estrecho de Bering proclamaba la interrogante: ¿por qué la guerra?, ¿por qué no un gran proyecto?, que junto al ingeniero ferroviario y de túneles más famoso de China, Wang Mengshu, defendieron el criterio verosímil de que tiene más sentido construir un ferrocarril que librar una guerra.
Se trata de una propuesta de larga data, presentada como proyecto por el candidato a la presidencia de los Estados Unidos, Lyndon LaRouche, en 1970, como elemento central de su programa del puente terrestre mundial, procurando la conexión a través del estrecho de Bering para unir a Rusia y Estados Unidos (Eurasia y América del Norte) con una línea ferroviaria de alta velocidad y con infraestructuras que hagan progresar a ambas naciones y ambos continentes.
Creemos, como lo establece el servicio de alerta EIR, que la reunión de Alaska es una gran oportunidad histórica y una poderosa señal al mundo, que alberga la esperanza de un nuevo renacimiento en la humanidad y que aleje el fuego incendiario de las explosiones termonucleares que pueden hacer colapsar a la humanidad y convertir la tragedia en una especie de Esparta que precipitó la guerra del Peloponeso, en el año 432 a.C., y cuyas decisiones desastrosas acarrearon la derrota final de Atenas en el 404 a.C.
Con solo leer los poemas de Homero, La Ilíada y La Odisea, se describe la guerra de Troya y su secuela inmediata, que fueron sucesos de destrozos que marcaron el resquebrajamiento de Grecia hacia 1190 a.C.
Por eso evocamos históricamente que no estalle una guerra mundial termonuclear y venzamos al oráculo de Delfos, que en la antigüedad manipuló a todos los involucrados en el conflicto, quienes perdieron el rumbo rechazando los valores de la inmortalidad, la búsqueda de la verdad, y se hicieron presos de la tiranía y su gemela, la dictadura de la turba.
Si en el pasado el emperador Augusto, en el año sexto (VI), creó el primer cuerpo oficial y público de bomberos para apagar los fuegos y le llamó la “cohorte de vigiles”; así también Benjamín Franklin en Filadelfia, en 1736, organizó un grupo de hombres como bomberos para extinguir los incendios y rescatar las emergencias materiales y las vidas humanas en peligro.
Hoy el presidente Donald Trump y el presidente Vladimir Putin tienen la encomienda histórica de rescatar a la humanidad de los incendios de guerra existentes y por desarrollarse en cualquier latitud del mundo y, a la vez, dar respuesta positiva para evitar los incendios que pondrían a la humanidad al borde del precipicio del infierno descrito por Dante Alighieri.
Ahora, en este momento, estamos en otro escenario dantesco: la guerra asesina en Gaza-Palestina y el horror de la hambruna, realidad repugnante que repudiamos todos los que entendemos que debe ponerse fin a esos crímenes, donde reina un infierno peor que el de Dante.

Si hacemos un paralelismo con la Paz de Westfalia, que originó dos tratados de paz, en Osnabrück y Münster, firmados el 24 de octubre de 1648, en la región histórica de Westfalia, con los que se finalizó la guerra de los 30 años, en Alemania, y la guerra de los 80 años, entre España y los Países Bajos, bajo el mandato de Fernando III, se dio lugar al primer congreso diplomático moderno en el nuevo orden de Europa central, basado en la soberanía nacional y las ideas del obispo Nicolás de Cusa, con la tesis “de la coincidencia de los opuestos”, con lo cual se inicia una nueva etapa del derecho internacional para lograr el equilibrio entre las naciones soberanas.
El presidente Donald Trump y el presidente Vladimir Putin, a través de la diplomacia, pueden lograr que resurja la tesis de la coincidencia de los opuestos.
Así es el sentir de la Comisión Internacional de La Paz Mundial y de los expertos internacionales, donde se proclama por una nueva paz en el mundo, sin guerras y sin fuegos, termo nucleares
Una paz que, como dijera el Papa Pablo VI, tiene un nuevo nombre: el desarrollo de la humanidad.