
Por Rafael Díaz Filpo
Juez Emérito, primer sustituto del presidente del Tribunal Constitucional de la República Dominicana
La partida de Almanzor González Canahuate deja un vacío en la comunidad jurídica dominicana. Su vida fue un ejemplo de compromiso con el estudio y la práctica del Derecho, entendidos no como ejercicio de poder, sino como vocación de servicio.
Quienes tuvimos la oportunidad de coincidir con él, en distintos momentos de la vida institucional y académica del país, recordamos su trato afable, su respeto por la palabra ajena y su amor profundo por la justicia.
En mi calidad de Juez Emérito primer sustituto del presidente del Tribunal Constitucional, guardo un profundo reconocimiento hacia la trayectoria de Almanzor González Canahuate. Su nombre quedará ligado al fortalecimiento del Tribunal Constitucional de la República Dominicana, institución en la que dejó huellas imborrables a través de un aporte que trasciende el tiempo: la recopilación de las sentencias del Tribunal Constitucional durante cuatro años consecutivos, trabajo de carácter monumental que sistematizó el pensamiento jurídico constitucional de toda una etapa.
Esa obra representó un aporte a la institucionalidad y a la transparencia del sistema judicial. Gracias a esa recopilación, la ciudadanía y la comunidad académica pudieron acceder de manera ordenada y confiable a los pronunciamientos del Tribunal Constitucional, base sobre la cual se consolidó buena parte del estudio contemporáneo del Derecho Constitucional dominicano. La claridad de su método, la precisión en el tratamiento de los textos y su afán por la calidad hicieron de ese trabajo un referente en la historia jurídica reciente del país.
Tuve la oportunidad de coincidir con Almanzor en diferentes espacios de la vida y del pensamiento jurídico compartiendo preocupaciones comunes sobre el destino del Estado de derecho, la cátedra del derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, ambos como maestros, y como legisladores en el periodo 1982-1986 siempre pensando en la importancia de preservar la independencia institucional frente a los vaivenes de la política. En cada conversación, dejaba la impresión de un hombre que comprendía la ley más allá de sus letras.
Su paso por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), donde desempeñó funciones de dirección, formó parte también de su vida pública. En ese ámbito, actuó con la misma independencia que caracterizó su carrera jurídica. Fue un dirigente respetado, firme en sus convicciones, ajeno a parcialidades internas. Entendía la política como extensión del servicio público y el debate como expresión civilizada de las ideas.
El Derecho, la docencia y la política fueron para él caminos de un mismo propósito: fortalecer la República. Su legado se refleja en la solidez institucional y en la formación de varias generaciones de
juristas que aprendieron de su ejemplo.
A ello debe sumarse su notable espíritu académico. González Canahuate fue un estudioso incansable, amante del Derecho comparado, que encontraba en la lectura y en el diálogo una fuente permanente de actualización. Su pasión por el conocimiento lo convirtió en un punto de referencia para sus alumnos y colegas, quienes veían en él la encarnación del rigor intelectual unido a una humildad sin afectación.
También fue un defensor convencido de la ética pública. Entendía que el ejercicio del Derecho debía estar sostenido en principios y no en conveniencias. En sus conferencias y clases, insistía en que la función pública no es un privilegio sino una responsabilidad que exige rectitud y compromiso con el bien común. Esa convicción moral lo acompañó hasta sus últimos días.
Su legado humano, además del jurídico, se expresa en la sencillez de su vida, en su amor por la familia y en la serenidad con que enfrentaba los desafíos. Aun en los momentos más difíciles, supo mantener la dignidad y la fe en los valores que defendió siempre: la justicia, la verdad y el respeto por la persona humana.
A quienes le conocimos, nos queda la gratitud de haber compartido con un hombre íntegro, trabajador incansable y defensor del pensamiento crítico. Su memoria permanecerá unida a los cimientos del Derecho Constitucional dominicano. Y su obra seguirá siendo una herramienta de consulta y reflexión para juristas, docentes y estudiantes.
Descansa en paz, querido amigo y colega. Tu ejemplo continúa inspirando a quienes creemos en el Derecho como fundamento de la libertad y la convivencia democrática.
Nota del autor: Rafael Díaz Filpo es jurista, escritor y juez emérito del Tribunal Constitucional de la República Dominicana.



