La derecha avanza, la izquierda resbala y el narcopolítico entra en pánico
La democracia se defiende en las urnas, no en alta mar… no se negocia en el mercado político, y recuerden: el voto no se vende.

Por Tomás Aquino G.
El impulso que ha logrado la derecha en varios países, como Bolivia, parece marcar el inicio de un nuevo ciclo político global.
Todo indica que la izquierda latinoamericana vuelve a su papel natural: el de oposición.
Y lo paradójico es que la izquierda es la principal responsable de esta nueva realidad.
Los pueblos se cansaron de los caudillos, caciques y monarcas disfrazados de demócratas.
La gente no quiere más líderes eternos en el poder, ni revoluciones que terminan en dinastías familiares.
Hoy, los países ya no soportan más de dos períodos consecutivos de un mismo hombre al frente del Estado.
Cuba, Nicaragua y Venezuela deberían mirarse con sinceridad en ese espejo que les devuelve una imagen incómoda: pueblos hartos de ser gobernados por quienes no quieren soltar el poder.
Si la izquierda —o cualquier sistema político— aplicara una verdadera alternabilidad democrática, con la regla simple de “dos períodos y nunca más”, la democracia se fortalecería y, tal vez, los socialistas podrían permanecer más tiempo en el juego del poder.
No obstante, es justo decirlo: los socialistas no son los culpables de la crisis mundial. De hecho, han gobernado menos que la derecha en la historia moderna.
Pero cuando llegan al poder, muchos de sus líderes se transforman en caciques, y ahí empieza la caída.
Un ejemplo digno de recordar es la Constitución dominicana de 2010, impulsada durante el gobierno de Leonel Fernández, que rompió el mito del “hombre insustituible” al establecer el límite de dos períodos presidenciales y nunca más.
Ese fue un logro histórico: un paso firme hacia el equilibrio político y la salud democrática.
Ahora bien, no sólo los regímenes de izquierda cargan culpas graves. En el tema del narcotráfico, nadie se salva.
Esa plaga ha penetrado todas las ideologías, todos los gobiernos y todos los partidos.
Por eso, la política radical del presidente Donald Trump contra el narcotráfico merece apoyo internacional.
No solo busca detener el consumo, sino también golpear a los narcotraficantes y a sus cómplices políticos, esos que en muchos países —incluido el nuestro— les han abierto las puertas del poder a los narcos para convertirlos en “marcos políticos” o financistas de campañas.
Eso sí es salud política.
Eso es el antídoto que necesita la democracia.
Si los pueblos quieren resurgir, deben repetir tres frases simples pero poderosas: No más dictadores. No más monarcas. Dos períodos, y nunca más.
Solo así volverá la confianza, la seguridad y la esperanza en un mundo político que hoy, más que nunca, necesita limpiarse para volver a creer.
Ahora bien, presidente Trump, no oscurezca lo que podría ser el resurgir de su carrera política y el renacer de un gran liderazgo.
Presione, sí, pero con inteligencia política, medidas económicas estratégicas y herramientas democráticas, no con imposiciones que reaviven viejos resentimientos.
Permita que los pueblos gobernados por monarcas y caudillos sean quienes, por sí mismos, abran los ojos y despierten ante la realidad.
El voto no se vende
Y esta realidad, sin dudas, también debe ser mirada con firmeza por el pueblo dominicano.
De ahora en adelante, si de verdad queremos un país distinto, cada cuatro años debemos acudir a las urnas con conciencia, con la dignidad de quien elige libremente.
Porque el voto no se vende.
Venderlo es vender el futuro, hipotecar la esperanza y cavar la tumba de la democracia.
Un gobierno elegido con dinero sucio o con votos comprados no tiene compromiso con el pueblo, sólo con sus financistas.
Y cuando eso ocurre, el país entero termina pagando el precio: más corrupción, más pobreza y más desesperanza.
Es hora de entender que la verdadera libertad comienza cuando el voto se limpia.
Solo así resurgirán los pueblos, y con ellos, la democracia que tanto decimos defender.



