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Sí, la reforma policial es un desastre: está sucia de escándalos, corrupción y ensangrentada

¡Cógelo, Picante! La PN necesita ser transformada, pero al estilo dominicano, no a la colombiana… y hay que fumigar esa institución.

¡Cógelo, Picante!Buenos días…

Sí, la reforma de la Policía Nacional ha sido un fiasco, un disparate, un desastre monumental.

El único cambio visible en la Policía, desde que se anunció la famosa “reforma”, ha sido el color del uniforme, y eso, porque hicieron una copia barata de la policía colombiana.

Claro que reconocemos que la Policía Nacional necesita una transformación profunda, pero una verdadera reforma, no este tollo institucionalizado que solo existe en el papel y en los discursos.

El gobierno del presidente Luis Abinader ha invertido dinero, eso es cierto. Pero lo que no ha invertido es voluntad política real. Se necesita acción sin populismo ni demagogia, una limpieza profunda desde adentro, no campañas de redes, ni ruedas de prensa maquilladas, ni proyectos que suenan bonitos y huelen a fracaso.

Es una vergüenza nacional que, en plena “reforma modelo”, la actual dirección de la Policía —encabezada por Ramón Antonio Guzmán Peralta— haya protagonizado ejecuciones extrajudiciales, disfrazadas de “intercambios de disparos”. Y lo peor: ni ellos mismos se creen esas versiones.

Tampoco hay forma de justificar dos masacres criminales, ocurridas el 29 de diciembre de 2023 y el 10 de septiembre de 2025, donde ocho dominicanos fueron abatidos como si la vida humana valiera menos que un informe de prensa. Y el presidente Abinader, lejos de actuar con firmeza, mantuvo en su cargo a quien debió rendir cuentas.

En ambos casos, el responsable intelectual tiene nombre y apellido: Ramón Antonio Guzmán Peralta. Fue él quien mintió al país, asegurando que las víctimas habían caído enfrentando a los agentes. Falso. Lo sabía y aún así habló.

Y los voceros de la institución… Repiten lo que el jefe les dicta, sin analizar, sin cuestionar, sin dignidad. Simplemente, sin voceros. ¡Cotorras!

Si comparamos la “nueva” Policía con la vieja, la del PRM y Abinader sale perdiendo.
En operatividad, combate a la delincuencia y efectividad, la de antes le lleva millas de ventaja.

Ahora bien, si la competencia fuera en corrupción, escándalos, abusos y ejecuciones, esta nueva Policía rompe récords.
Si esto fuera béisbol: hombre por hombre, la vieja Policía le da una paliza a la nueva.
Y en resultados concretos, no hay comparación posible. La actual Policía ha sido un histórico desastre.

En materia de abusos y maltratos, la Policía actual es peor que la de los 12 años de Joaquín Balaguer (1966-1978), y eso ya es decir mucho. Aquel era un tiempo duro, pero al menos se sabía con quién se trataba. Hoy, el abuso se disfraza de “modernización”.

La llamada reforma policial del PRM–Abinader ha abierto las puertas a jóvenes que, irónicamente, ya habían sido rechazados por el mismo gobierno. ¿Por qué ahora sí? Y lo más preocupante: no fue por méritos.

En la gestión de Guzmán Peralta, si el presidente Abinader y la ministra de Interior quieren hablar de transparencia —que lo dudamos—, deberían empezar por investigar los ascensos, retiros, incentivos y asignaciones dentro de la Policía. Ahí hay más sombras que claridad.

Si de verdad quieren transparencia, que revisen el manejo del combustible, los traslados “a conveniencia”, las asignaciones de funciones y todo ese entramado de poder interno que huele a vicio.

Presidente Abinader: Si usted quiere una reforma policial de verdad, cuando Guzmán Peralta cumpla los dos años que marca la Ley 590-16, cámbielo. Ponga al frente de esa institución a un profesional serio, un gerente, un oficial respetado, con trayectoria limpia, sin cola, sin sombras, sin vínculos con la corrupción ni el narcotráfico.

Pero si quiere continuar con una “reforma” sucia, escandalosa y ensangrentada, entonces siga escuchando a quienes le recomiendan nombres de generales con expedientes oscuros, desfalcos comprobados y padrinos en su propio gobierno.

Abra los ojos, presidente. No se deje marear por momias políticas que buscan brillar con luces ajenas y sin fórmulas propias.

Transformar la Policía Nacional no es cambiar el color del uniforme ni redactar manuales nuevos. Es fumigar desde adentro, limpiar de raíz una institución corroída, eliminar la peste de delincuentes con placa, corruptos uniformados y asesinos con sueldo público.

Eso es lo que necesita el país: ¡Depuración total! Sin miedo, sin maquillaje, y con todo el peso de la ley.

¡Cójalo, Picante!, general —sin intermediario ni mensajero—, directo, público y sin chantaje.

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