La Victoria es la ciudad cautiva

Por Augusto Álvarez
La Penitenciaría Nacional de La Victoria, cuyo nombre coincide con el del poblado donde se construyó, siempre ha sido una mezcla de hospital de enfermos y teatro del crimen.
Construida a distancia de un silbido de los cachorros del tirano Rafael Leonidas Trujillo (Haras Nacionales), La Victoria fue siempre la antesala de un desenlace.
Hoy se cuentan las víctimas de coronavirus con cifras maquilladas, y sometiendo a los contagiados, como en época del trujillato, simplemente desaparecían sin dejar rastros.
En esa misma La Victoria, algunos prisioneros se extinguen en «el pasillo de la muerte», en algunos traslados, y en ocasiones, en solitarias del palacio policial y hasta en el hospital de Radio Patrulla, durante los años del doctor Balaguer.
La Victoria, ahora con tres posible víctimas del coronavirus, más 29 reclusos entre Lucas y Juan Mejía, regresa a lo que siempre ha sido su cotidianidad.
¿Cómo realizar la separación dentro del mismo penal? ¿Dónde irían los más afectados por el virus? ¿Por qué no limpiar ese huacal de tuberculosis y otras enfermedades habilitando un lugar hasta con carpa mientras se desinfecta a fondo?
Mientras la tragedia, ahora con el nombre de coronavirus, sigue castigando a esa antigua vergüenza nacional, aunque dice el cantor que no basta rezar, recemos por quienes están bordeando la muerte.