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REFLEXIONES: Dios me llamó

Hola, amigos, ¿qué tal? Era una tarde tranquila, con un sol brillante, mascarilla, gorra, espejuelos, manga larga y todas las precauciones de lugar, llamo un taxi y me dirijo a un barrio marginado de la capital.

Al desmontarme, algo de lodo, cervezas y juntadera en el colmadon, pocas mascarillas, música alta, poca higiene, me invade el temor, llegan los pensamientos negativos y empiezo a ver coronavirus por doquiera, pregunto a una doñita, ¿Cuál es la número 55? ¿A quién buscas?, me dice, a doña Altagracia, le respondo, ¡Ah¡, ¿la que tiene el virus?

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Me quedé pasmado y por poco me devuelvo, cuando un señor muy mayor me vocea: “diácono es aquí, es aquí”. No me quedó de otra que acercarme sin sonrisa porque ya las sonrisas no se ven.

Dios le bendiga y me le de mucha salud y la Virgen de la Altagracia lo proteja, (pensé dentro mí, más vale porque de aquí no sé cómo saldré), desde que mi vieja lo vio en la televisión quiso que lo llamáramos, ella dice que usted es su salvador, que Dios se lo puso en el camino, todo esto parado en la puerta de aquella humilde casita, pues no me atrevía ni a entrar.

Le pregunto con mucho amor, ¿y que tiene su viejita, el virus?, no, ella se deprime, no se quiere levantar, no quiere comer, se quiere morir, no habla con nadie, pero cuando lo vio en la TV, dijo que era con usted con quien quería hablar.

Paso adelante, y al llegar, tras unas cortinitas había una cama con una señora muy delgada, desnutrida, poco cuidado e higiene, oro en mi interior: “ven Espíritu Santo llena mi corazón de amor, dame valor y no permitas que la humildad se separe de mí.”

Hola doña Altagracia usted si está bella con ese lazo en la cabeza, levantó sus brazos queriéndome abrazar, tragué en seco, y le dije, doña Altagracia distancia social, acuérdese que el coronavirus le puedo contagiar, ella sonriendo pues no tenía mascarilla se volvió a recostar.

Luego de 40 minutos de diálogo, preguntas, oraciones, motivación, consuelo, lágrimas, doña Altagracia me prometió volver a la vida y salir de esa cama, a cambio de que la volviera a visitar, le prometí llamarla con frecuencia y conversar con ella, gracias a Dios que lo aceptó.

Víctor Martinez al llegar a su casa y luego de tomar todas las precauciones, al Padre pidió por los tantos ancianos abandonados, faltos de amor, que al igual que doña Altagracia se sienten solos por que sus hijos y nietos jamás han vuelto.

Yo, por mi parte me he reclamado no haberla abrazado, algún día volveré.

Hasta la próxima.

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