Un general de la Policía, protegido del poder, multiplicó su fortuna de 2 a más de 40 millones en 6 años
¡Cógelo, Picante! Y del 2020 a la fecha, su riqueza podría superar los 2 mil millones de pesos; señalado en escándalos y sombras de irregularidades

Buenos días…
La prima del dólar ya anda por 64.30 por 1, subiendo sin freno y sin oposición
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Y, mientras tanto, los precios siguen en el aire. Por ejemplo, un botellón de agua Cristal o Planeta Azul ya se vende a 110 pesos, récord histórico… otra “marca” del cambio prometido por el PRM y su gobierno.
Pero ese no es el único récord que se rompe. Hay un general de la Policía Nacional, con protección política directa, cuya fortuna pasó de poco menos de 2 millones a más de 40 en apenas seis años.
Y según fuentes bien posicionadas, su patrimonio actual podría superar los 2 mil millones de pesos.
Sí, leyó bien: dos mil millones, con “m” de millones y con “c” de corrupción… o complicidad.
Todo eso ocurre bajo la mirada del gobierno del presidente Luis Abinader, que insiste en hablar de “transparencia”, mientras sus instituciones de control parecen ciegas, mudas y cojas.
Ahí está Milagros Ortiz Bosch, la eterna defensora de la ética, que hoy parece más símbolo que acción, y un Pepca que solo se activa cuando el acusado no es amigo del poder.
¿Cómo arrancó la fortuna del general?
La historia financiera del general parece escrita por un mago… o por un banquero celestial.
Así comenzó su “milagro económico”:
• 2014: compró un solar por RD$1,668,000.
• Ese mismo año, una vivienda valorada en RD$8,718,000.
• Y también, una finca de RD$19,385,000.
• 2017: sumó un carro de RD$350,000, un apartamento por RD$6,596,000, un jeep Grand Cherokee de RD$800,000 y ganado valorado en RD$2,500,000.
Cerró ese año sin deudas declaradas. Total declarado: RD$40,738,911.
Nada mal para un oficial nacido en cuna humilde, que en 2014 apenas decía tener una casa modesta de RD$520,000 y una jeepeta usada.

Y mientras tanto, la transparencia gubernamental brilla por su ausencia, y el silencio de los organismos de control suena a complicidad.
La frontera, el otro negocio del cambio. Por cierto, señor presidente, el tráfico de ilegales por la frontera no solo sigue, sino que florece como industria.
Un negocio donde civiles, militares y políticos se reparten el botín. Dominicanos y haitianos dirigen bandas mixtas, que no solo mueven personas, sino también armas de fuego y “otras cositas”.
Y mientras el gobierno juega a la diplomacia con Haití, el haitiano Gilbert Bigio, acusado por Canadá y EE.UU. de financiar bandas criminales, se pasea tranquilo en territorio dominicano.
Y peor aún: quiere ver preso a un comunicador dominicano, Ángel Martínez, que sigue con grillete y bajo vigilancia. Todo eso ocurre bajo el mismo discurso oficial de que en este país “se respeta la libertad de prensa”.
La Policía: entre retaliaciones, privilegios y miedo interno. Dentro de la Policía, el ambiente arde. Oficiales que han servido al gobierno denuncian persecución y retaliación.
Y todo apunta hacia arriba, al despacho del propio director, mayor general Ramón A. Guzmán Peralta, señalado como el ejecutor de una cacería interna contra sus propios compañeros.
Mientras tanto, los amigos del jefe gozan de policías asignados como seguridad privada, mientras en los barrios faltan agentes para enfrentar la delincuencia.
La inseguridad devora al país, y los patrulleros escasean como muelas de gallina.
La Barranquita: crimen sin culpables. La matanza de La Barranquita sigue sin responsables visibles. Cinco dominicanos fueron ejecutados el 10 de septiembre, y la Procuraduría ni siquiera ha señalado al autor intelectual.
Nos cuentan que, además de las vidas segadas, desaparecieron “cositas” del lugar, de las que nadie quiere hablar.
Un crimen planificado, ejecutado desde los altares, y que hoy duerme el sueño oficial del olvido. En otros tiempos, Yeni Berenice hubiese ido por la cabeza del autor de esa masacre. Hoy, parece que ya no hay troncos que cortar, solo ramas que proteger.
Faride, la voz que se apagó. Y cerramos con la poderosa ministra Faride Raful, que habla mucho, promete más y hace poco. Cuando se le preguntó por qué los crímenes policiales subieron de 80 a más de 280 en un año, se quedó muda. Esa es la política del silencio que huele a miedo… o a complicidad.
La historia de ese general —que nació pobre, que en 2014 apenas tenía una casita de medio millón y un jeep viejo— y que hoy acumula bienes por decenas de millones… retrata al sistema.
Y si los números son ciertos, entonces el discurso del cambio es solo eso: discurso.
Porque la corrupción no se fue… solo cambió de uniforme.



