INTERNACIONALES

Israel, Gaza y el espejismo del “plan Trump”

Editorial

 

Israel ha anunciado, una vez más, que “congela” su ofensiva sobre la Ciudad de Gaza. Lo hace no por un gesto humanitario, ni por respeto al plan impulsado por Donald Trump, sino por cálculos políticos y militares.

La historia reciente nos enseña que cada pausa anunciada por Tel Aviv suele ser una estrategia de reposicionamiento: un paréntesis para recargar municiones, reagrupar tropas y, sobre todo, para maquillar ante Washington y la opinión internacional una guerra que ha degenerado en genocidio.

El llamado plan Trump, que en teoría busca detener la guerra, liberar rehenes y abrir un canal para la administración civil de Gaza bajo un gobierno palestino de tecnócratas, ya ha sido violado por Israel en su esencia.

¿Cómo hablar de negociación mientras hospitales son reducidos a escombros, niños mueren de hambre y las fuerzas de ocupación siguen presionando a la población a huir de su tierra? Lo que ocurre en Gaza no es un “operativo militar”, es la sistemática demolición de una sociedad entera.

Y aquí surgen nuestras dudas. ¿Puede alguien confiar en que Israel cumplirá con el plan? Las señales dicen lo contrario. Tel Aviv no esconde sus intenciones: reocupar la Franja de Gaza, despojar a los palestinos de su futuro y borrar de la ecuación a Hamás y a toda forma de resistencia palestina.

Es el viejo proyecto sionista, actualizado y envalentonado con la complicidad de Occidente: convertir a Israel en la potencia militar indiscutible de Oriente Medio, incluso a costa de arrasar pueblos enteros.

Pero, más allá de los discursos, la realidad es tozuda. Israel ha cruzado todas las líneas del derecho internacional, desafiando incluso a su principal aliado, Estados Unidos. No se detiene ante resoluciones de la ONU, ignora las advertencias de la Corte Penal Internacional y ahora juega con la letra del plan Trump como si fuera papel desechable. Su prioridad no es la paz, sino la expansión territorial y la supremacía regional.

La pregunta inevitable es: ¿hasta dónde lo permitirá la comunidad internacional? ¿Cuánto tiempo más se aceptará que un Estado que se proclama “democrático” pueda bombardear campos de refugiados, imponer el hambre como arma de guerra y pretender, al mismo tiempo, erigirse en guardián del orden en Medio Oriente?

Si algo nos deja claro la devastación de Gaza es que Israel no busca cumplir planes de paz, sino ejecutar un proyecto de dominio regional, cimentado en el dolor palestino. Y mientras el mundo siga tolerando ese doble rasero, la paz será un espejismo, y Oriente Medio continuará siendo rehén de la ambición israelí.

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