La epidemia golpista: ¿programada desde antes?

Por Augusto Álvarez
La llegada al poder de Fidel Castro y su consolidación al frente de la Revolución Cubana provocaron una especie de pánico colectivo en Washington, que terminó desatando una “epidemia de golpes militares” en la casi totalidad de las naciones del área.
Al involucrarse —en cierto modo— la Iglesia Católica en el golpe de Estado contra el profesor Juan Bosch (desde la polémica del líder político con el sacerdote Láutico García), se podría pensar que desde el 24 de septiembre Estados Unidos ya tenía en agenda el derrocamiento del gobierno boschista.
Tras el fracaso de las invasiones a Cuba por Playa Girón y Bahía de Cochinos, Washington decidió implementar la modalidad golpista. El gobierno de Bosch terminó siendo parte de esa epidemia que derrocó a más de una docena de gobiernos democráticos en la región.
Sin embargo, inmediatamente se produjo el derrocamiento del gobierno democrático del PRD, la brecha conspirativa contra los golpistas se ensanchó y llegó hasta los sucesos de abril de 1965. Ahí está la historia.
La respuesta más contundente a esa epidemia golpista-imperialista la dieron primero los dominicanos y más tarde Chile, donde el golpe contra el gobierno de Salvador Allende tiñó de sangre La Moneda, el Estadio y destruyó la cultura en Isla Negra, depósito de las obras de Pablo Neruda, mientras otras naciones se inclinaron ante el Tío Sam, salvo honrosas excepciones.
Al rememorar la historia del golpe al gobierno de Bosch, se impone valorar la resistencia y la heroicidad del pueblo dominicano tras aquel derrocamiento.