Reflexiones: Dios en las montañas

Hola amigos, ¿qué tal? Una vez en mi juventud, dos amigas me invitaron a conocer a Dios, Anita Navarro y Violeta Castillo.
Me llevaron a pasear por la Cordillera, un viaje entre precipitaciones peligrosas, encaramados en mulos, durmiendo en el piso y alimentándonos de lo que encontrábamos en el camino.
Ellas amaban el campo, yo la ciudad, para ellas aquello era parte de su vida, para mí era una aventura difícil y no muy agradable, pero mi machismo no me permitía mostrar ningún tipo de repudio a lo que en ese momento vivía.
Aprendí a controlar los temores, animales e insectos llegaron a ser mis grandes amigos, el asco por lo sucio tuve que perderlo, tuve que apreciar el agua lluvia y a beberla como una perrier cualquiera.
Lo más difícil para mí eran las letrinas y sus alrededores, lo que más me gustó, “la gente”, los niños con sus caritas sucias encima de mí, la viejita sin dientes que besaba mi rostro, el campesino de manos duras que al saludarme me apretaba lastimando mi mano frágil, era todo un episodio.
Víctor Martínez, conoció a Dios, Anita y Violeta me enseñaron a meditar en las mañanas viendo salir el sol en lo alto de las montañas, pude comparar dos mundos ¡tan diferentes!, y descubrir que el Dios de aquí era el mismo que el de mi parroquia, pero se apreciaban distintos, adorarlo en alfombras y aire acondicionado no era igual, aquí se sentía más cerca.
Recordar estas experiencias me hacen más humilde.
Hasta la próxima