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El amor no escucha, es ciego

Después de ahogantes esfuerzos, Alberto pudo lograr su objetivo: consiguió el visado para Estados Unidos.

El creyó que luego de 5 años de espera, la solicitud de su madre, había sido olvidada por los norteamericanos, y se enredó con una viuda y le fabricó su única niña.

Ahora, al recibir su visado de residencia ¿qué hacer, seguir con ella y la niña y prometerle hacerle los papeles rápido?

Esa fue su decisión, y tras muchas discusiones, doña Isabel aceptó la realidad, y él salió rumbo a Nueva York.

Para más «seguridad de Isabel», Carlos la ubicó en la casa de su madre, en Villa Consuelo y mantenía contacto hasta dos veces al día durante el primer mes.

Un buen día, la madre de Carlos decidió irse un fin de semana a Filadelfia, donde su hija, dejando a Carlos en el apartamento, aunque en realidad, viajó a Santo Domingo, donde ya Carlos había soplado a Isabel, que estaría sólo porque su madre se iría donde su hija.

Fue un vuelo rápido, así de rápido fueron los trámites migratorios e igual su llegada a su vivienda de la calle Máximo Grullón, donde, pese a tener llaves, tocó a la puerta.

Un joven, en pantalón corto, le abrió y preguntó ¿qué desea? y la madre Carlos se limitó a responder, “soy la dueña de ésta casa, ando con la Policía, si no sale ahora, te acuso de robo» y entró en su habitación donde aún la ¡mujer! de su hijo desconocía su presencia.

Al observar cara a  cara a Isabel, la madre de Carlos le dijo, «no hay nada que hablar, ya sabía engañaba a mi hijo, lárgate».

Gracias al vecindario, supe la verdad, pero como el amor es ciego, nada dije a mi hijo, concluyó diciendo la madre de Carlos.

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