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Europa y América Latina: dos modelos, un mismo propósito constitucional

 

Por Rafael Díaz Filpo
Juez emérito y primer sustituto del presidente del Tribunal Constitucional de la República Dominicana

El control constitucional es una herramienta esencial para garantizar que los poderes públicos respeten la supremacía de la Constitución, protejan los derechos fundamentales y mantengan la legitimidad democrática del sistema político.

En el ámbito internacional, Europa y América Latina destacan por haber adoptado y desarrollado diferentes modelos de control constitucional, cada uno adaptado a sus contextos históricos y políticos específicos.

El modelo europeo, conocido como modelo concentrado o austríaco, surgió precisamente en Austria bajo la inspiración del jurista Hans Kelsen. Este modelo establece que la facultad exclusiva para determinar la constitucionalidad de las normas corresponde a un tribunal constitucional especializado, independiente y permanente. Ejemplos emblemáticos de este modelo en Europa son Austria, Alemania y España, países que han logrado una considerable estabilidad democrática gracias a la claridad y especialización que proporciona este tipo de órgano constitucional.

Por su parte, América Latina ha adoptado mayoritariamente el modelo concentrado, aunque con matices propios. Países como Colombia, Perú y República Dominicana cuentan con tribunales constitucionales especializados que desempeñan funciones cruciales para proteger los derechos ciudadanos y mantener la supremacía constitucional. En estos países, la justicia constitucional se ha consolidado como un contrapeso efectivo al poder político, garantizando un equilibrio adecuado entre los diferentes órganos del Estado.

El modelo colombiano es un claro ejemplo del dinamismo y la relevancia que puede alcanzar un tribunal constitucional en América Latina. La Corte Constitucional de Colombia ha emitido sentencias trascendentales en materia de derechos humanos, justicia social y protección ambiental, posicionándose como un referente regional e internacional. De igual manera, en República Dominicana, la creación del Tribunal Constitucional en 2010 —del cual soy juez emérito y primer sustituto del presidente— marcó un avance significativo, consolidando un modelo eficaz para la protección y garantía de los derechos fundamentales y la estabilidad institucional.

A pesar de las diferencias en su configuración y funcionamiento, ambos modelos comparten desafíos comunes: la necesidad de asegurar la independencia judicial frente a presiones políticas, la obligación de responder de manera efectiva y oportuna ante violaciones constitucionales, y el compromiso con el fortalecimiento del Estado de derecho en contextos democráticos. Tanto en Europa como en América Latina, los tribunales constitucionales se enfrentan al reto de mantener su legitimidad ante la ciudadanía, adaptarse a nuevas realidades sociales y responder a los crecientes reclamos de justicia constitucional en áreas como la igualdad, la inclusión y el medioambiente.

El propósito común de estos modelos —aunque desarrollados en contextos distintos— es salvaguardar el pacto constitucional, asegurar la vigencia de los principios democráticos y actuar como freno a posibles excesos de los poderes públicos. En un mundo marcado por tensiones institucionales, amenazas populistas y crisis sociales, el control constitucional se erige como una garantía fundamental para preservar los valores esenciales de la democracia.

Desde mi experiencia como jurista y juez constitucional, considero que en América Latina debemos seguir profundizando en el fortalecimiento de nuestros tribunales constitucionales. Esto implica no solo dotarlos de recursos y autonomía, sino también fomentar una ciudadanía constitucionalmente educada y vigilante. Solo así podremos garantizar que nuestras constituciones no sean letra muerta, sino verdaderas herramientas vivas al servicio de la justicia, la equidad y la dignidad humana.

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