Melton Pineda recuerda a Eliseo Zorrilla Gómez
Afirma fue un artista universal con raíces en Tamayo

Por Melton Pineda
En la memoria viva de Tamayo, como un acorde persistente que no se apaga con el tiempo, resuena el nombre de Eliseo Zorrilla Gómez, mejor conocido como Cheo Zorrilla.
A pesar de haber nacido en El Seibo, fue en nuestro querido pueblo —Tamayo, provincia Bahoruco— donde echó raíces profundas, se formó como hombre de bien y como músico excepcional, dejando una huella indeleble en la historia cultural del país.
Cheo llegó a Tamayo siendo apenas un niño, y desde temprano se destacó como un estudiante brillante en la Escuela Emilio Prud’Homme, ubicada en el Barrio Alto de Las Flores. Quienes lo conocimos desde esos años escolares sabemos que Cheo no solo tenía una mente despierta, sino una sensibilidad especial, una conexión innata con el arte y el sonido.
Su formación musical tuvo un punto de partida fundamental en la Academia de Música dirigida por el admirable maestro Arturo Méndez (Arturito), y compartió aulas y partituras con figuras como Fernando Arias, otro hijo ilustre de Tamayo, compositor y ejecutante del Bandolión. En ese ambiente fértil, Cheo floreció.
A los 13 años ya era trompetista de la banda municipal, y aunque él aprendió a tocar la trompeta antes que yo, fue el trombón de vara el instrumento con el que consolidó su estilo y su identidad sonora. Una sana competencia nos unía, entre notas y sueños.
Pero Cheo no era solo músico. También fue un joven comprometido con los valores, influido por su formación católica y por su servicio en la parroquia local durante los años 60. Recuerdo su risa fácil en el parque de Tamayo, su manera afable de hablar con la gente, su don de gente. Era un muchacho serio en conducta, pero alegre de espíritu.
El compositor dominicano Cheo Zorrilla, una de las plumas más destacadas y sensibles de la balada y el bolero en República Dominicana, ganador del Festival Nacional de la Canción en 1981, falleció a los 75 años, tras varias semanas de problemas de salud. Nacido en Tamayo, provincia Bahoruco. Dejó una huella imborrable en la música nacional.
Su familia —Quico, Papía y otros hermanos— conformaba una parte importante del tejido humano de nuestro pueblo.
Como artista, Cheo Zorrilla se convirtió en una leyenda viva. Su obra musical ha recorrido escenarios de todo el continente. Sus letras profundas y melódicas fueron grabadas por voces internacionales y se han quedado en el alma del pueblo dominicano. Canciones como “Apocalipsis”, “Con las alas rotas”, “Un amante así” y “Pero llegaste tú” son verdaderas joyas del repertorio romántico latinoamericano.
Su talento fue reconocido en vida. En 1977 obtuvo el segundo lugar en el Festival OTI con “Al nacer cada enero”, y en 1981 ganó el Festival Nacional de la Canción con “Sembrador”. En 2016, fue inmortalizado en el Pabellón de la Fama de los Compositores Latinos en Miami, un honor reservado a los grandes, y que él merecía sobradamente.
Pero quizá su hazaña más admirable fue culminar, a los 60 años, su formación universitaria con honores y obtener dos maestrías. Esa sed de superación, esa disciplina silenciosa, nos recuerda que el éxito no solo se mide por los aplausos del público, sino por la constancia y el amor a uno mismo.
Hoy, al recordarlo, siento un profundo orgullo y una emoción sincera. Cheo Zorrilla es un testimonio de lo que puede lograr un muchacho de pueblo con talento, educación y principios. Su legado no solo se escucha, se siente.
Tamayo le debe un homenaje permanente, porque él llevó su pueblo en el alma, y lo proyectó en cada nota, en cada verso, en cada canción.